El oficinista miraba por la ventana. En su cargo gerencial, él lo había logrado. Debía sentirse orgulloso de tener una ventana en su oficina, casi tanto o más que tener una oficina propia.Pero aún en el éxito más anhelado, la nostalgia de lo que no poseemos nos acecha.Es así que mirando el día soleado a través la espejada abertura del quinto piso del Central Tower,algo en lo más profundo de su alma, envidió al joven paseador de perros que cumplía su tarea en la plaza de enfrente. Pegado al vidrio, se aflojó el nudo de la corbata y pensó «Qué bueno tener un trabajo desestructurado rodeado de canes que mueven su cola cuando te ven. Disfrutar del sol, sin problemas, sin corbata»

El paseador, cansado de un par de horas de caminata, tomó asiento en un banco. Roco y Borbón movían su cola con impaciencia. El reconoció su pedido, querían jugar. El muchacho lanzó entonces una rama con fuerza y los perros salieron en su búsqueda, parecían nunca aburrirse del repetitivo juego.

Disfrutaba de la tibia tarde de sol, cuando un olor a heces lo invadió. Casi podía reconocer el autor de semejante obra,sin dudas era Coco, el cocker de quince años con sus reiterados problemas intestinales.

El joven se agachó una vez más para levantar el ¨regalito¨, parecía adrede que la naturaleza llamase a cada perro en un horario distinto y observando la calle fijó su mirada en un taxi que se detuvo en esa esquina.

« Que bueno sería manejar un taxi, recorrer la ciudad sin moverme de mi asiento» Suspiró el paseador, ya cansado de dar vueltas por el barrio rodeado de su jauría.

Cacho el taxista llevaba una vida entera en su negro y amarillo caparazón. Se jactaba de ser un taxista de oficio y se encolerizaba cuando subía a su auto un joven con el celular en la mano indicando el camino que le marcaba una aplicación. — Ya no hay respeto —

Se frotó la cintura y frenó en es la esquina de la Plaza Dolina, donde subió un nuevo pasajero. Cacho lo miró por el retrovisor « Tiene pinta de trabajar en el aeropuerto» pensó.Lo confirmó cuando hombre dictaminó — A Ezeiza por favor —

El conductor encendió su taxímetro y se acomodó en su asiento, un largo viaje les esperaba.Se imagina entonces que bueno sería tener un trabajo que le permitiera volar, cansado ya del tráfico interminable de esta ciudad.

El oficial de abordo en el asiento trasero del taxi, luego de indicar su destino,envió un mensaje a su mujer. Lamentaba más que nunca tener que irse nuevamente. Está cansado de viajar tanto, ahora cambiaría todo por estar en estos últimos días del embarazo junto a su esposa. Pronto tendrán un hijo, el primero y empezaba a sentir que nada sería igual.En la esquina de la plaza mientras el semáforo en rojo los detiene, mira al canillita y piensa «Mirá si hubiese seguido con el puesto de diarios de papá, ahora estaría tranquilo todo el día leyendo, sin tener que correr para ir a ningún lado».

Roberto pone la pava eléctrica, ya es hora de arrancar el mate. Su rutina, su ritual desde hace veinte años. La misma esquina, la misma plaza y prácticamente la misma gente. Bueno mucho menos gente que en otra época. Mientras termina de ordenar las nuevas revistas, la mayoría incluye nuevas colecciones para atrapar al lector, piensa que su oficio tiene los días contados. La tecnología digital pone en jaque a la industria gráfica, es un hecho. Pero a él no le importa, ya está jubilado y sigue abriendo el kiosco de diarios más por hobby que por rentabilidad.

Hoy los primeros amargos salen junto a una nueva colección de las novedades de la literatura argentina. Toma el libro nuevo entre sus manos y acercando su nariz siente su aroma, huele a nuevo, a esperanza.Se detiene a pensar que si hay algo en esta vida que le hubiese gustado más que estar sentado en este puesto,es haber sido escritor.

El escritor con su editor de texto en blanco siente que quizás hoy tampoco llegue la inspiración necesaria. Esa que le dicte al oído una historia novedosa y escriba de un tiró una novela revolucionaria ole permita ganar un gran concurso. Se pregunta si tal vez llegue ese día, mientras describe y da forma a inútiles personajes, mientras las cuentas por pagar se acumulan, las editoriales cierran y piensa que quizás debería resignarse y conseguir un trabajo de oficina.

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