—Buenos días, Echocup.
—Buenos días, señor Brown —contestó la cafetera —. ¿Lo de siempre?
—Sí, gracias —respondió Stuart mientras se acercaba a la máquina para recoger el café americano que ésta le estaba sirviendo en un vaso de cartón reciclable.
Tras agarrar el café con su mano derecha y observar al mismo tiempo su smartwatch de la mano izquierda, se situó frente a la pared, en la que se reflejaba una especie de rectángulo formado por luces led.
Al pasar 30 segundos, dentro de ese polígono limitado por leds se empezaron a proyectar imágenes en resolución 8K. Las imágenes mostraban una especie de batalla campal en medio de las calles de Londres. Se apreciaban varios monumentos envueltos en humo, como el Big Ben o los edificios que rodean Piccadilly Circus.
De repente, afuera se escuchó el pitido que indica la validación de la tarjeta de seguridad y se abrieron las puertas del cubículo de descanso en el que Stuart estaba embobado mirando la pantalla.
—Dime que no me he perdido nada —decía Adam, con su inconfundible acento polaco, mientras pasaba a toda prisa a través de las puertas de seguridad.
—Corre, acaba de empezar. Lo qué me jode tener que esperar hasta el lunes para poder ver qué es lo que pasa de verdad con el mundo —comentaba Stuart mientras apuraba un trago de café —. Y calladito, que ya van a empezar a hablar.
La pantalla de la pared siguió mostrando imágenes de violencia mientras dictaba un discurso en el que proclamaba el reconocimiento de los derechos de la clase obrera y en el que auguraba tiempos mejores, siempre y cuando se siguiera combatiendo contra la supremacía impuesta por La Unión Eurorusa. Ese combate se generaba y se ganaría con una mayor distribución de armas de guerra.
La pantalla de cada sector de trabajo, situada en cada cubículo de descanso, les mostraba la información que debían de recibir del mundo exterior a los trabajadores de cada sector.
Existía un cubículo de descanso por cada dos trabajadores, en general. Éstos llegaban cada mañana al trabajo, pasando primero por dicha sala para tomarse un café y ver las noticias. Después iban directos a sus puestos de producción y, tras una larga jornada de esfuerzo laborioso, volvían a pasar por el cubículo para descansar y alimentarse, y obtener un feedback de cómo estaba resultando de positivo su tarea para la problemática que la pantalla había mostrado al principio del día.
Siempre que los operarios realizaban un arduo trabajo, la pantalla les mostraba un nuevo noticiario en el que sus actos habían ayudado a reducir el problema. Pero cuando el trabajador no había gestionado bien su tarea, la pantalla mostraba lo fatídico que estaba siendo para el mundo el hecho de no colaborar adecuadamente.
—Oye Stuart —decía Adam mientras la pantalla emitía sus últimas imágenes —, ¿no crees que esta batalla ya está durando demasiado? El año pasado estuvimos currando como locos porque parecía que estábamos consiguiendo la victoria, pero cuando ya estábamos a punto de ganar la guerra de Brighton se volvió a armar la gorda en Londres. Cada vez que generamos la cantidad suficiente de armamento para ganar parece que…
—¡Shhh! —chistó Stuart situando su dedo índice en los labios de Adam. El noticiario ya se había acabado —. Estás siempre igual tío. Que no podemos…
—Señor Brown. Señor Jakov. Ya saben que está prohibido establecer relaciones sociales en ambiente laboral. Por favor, pasen a sus puestos correspondientes inmediatamente. —Los altavoces alertaban de la incidencia de hablar entre trabajadores cuando ya había acabado el noticiario y daba comienzo el turno de trabajo.
Rápidamente Stuart y Adam fueron a sus puestos, a seguir ayudando en la manufacturación de armamento destinado a acabar con una supuesta guerra en la capital del país.
Hasta entonces, todo lo que sabían era que si no colaboraban con la elaboración de más armamento perderían la guerra.
Pareciera que cada día de fatiga de cada trabajador ayudara a terminar con lo fatídico y temible del mundo exterior. Pero esto eran sólo suposiciones, ya que el viaje desde las fábricas a sus viviendas y de sus viviendas a las fábricas se hacía a través de la recogida en Colmena, punto de encuentro de todos los trabajadores de cada zona, por donde pasaba el tren de alta velocidad que depositaba a cada trabajador en su fábrica habitual.
El jornalero llegaba a cada Colmena a través de una cápsula unipersonal de alta velocidad, propulsada por energía electromagnética, situada en las cercanías de su vivienda. De tal manera que lo único que podía observar un trabajador a diario eran los vehículos de alta velocidad, su vivienda, la Colmena correspondiente y la fábrica en la que trabajaba.
Por lo que sabían Stuart y Adam del mundo exterior, éste estaba ardiendo y en medio de una guerra. O eso mostraban las pantallas de su fábrica, la cual estaba destinada a generar armamento.
A veces deseaban contrastar dicha información. Pero ésta es un supuesto privilegio que se ofrece a cada trabajador. Información precisa sobre el sector en el que se trabaja, y los operarios de un mismo sector nunca coinciden en una misma Colmena, y menos pueden hablar de ello en su ambiente laboral.
La distribución de los trabajadores en sus viviendas, Colmenas, o incluso en sus posibles relaciones interpersonales, está pensada para que no irrumpan en su labor diario.
Cada sector laboral tiene sus fábricas. Cada fábrica tiene sus pantallas con información sobre un mundo exterior falto de algún recurso. Cada pantalla reconoce los perfiles y maneras de estimular a cada trabajador. Cada trabajador acude a su ocupación cada día para recibir una inyección de motivación e intentar acabar con el problema que le dicta una pantalla incrustada en una pared, dentro de una fábrica sin ventanas, a la que acude ciegamente sin oportunidad de observar y analizar lo que de verdad ocurre ahí afuera.
De puertas para adentro sólo hay que trabajar para colaborar y no ser amonestado.
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