La calle se encontraba atestada de seguidores. Desde la ventana se podía ver a la muchedumbre que, con paciencia, seguía esperando el arribo del candidato. La sede de la campaña se encontraba en un sector muy popular del barrio Chapinero. La mañana había estado lluviosa hasta eso del medio día, dando paso luego a una tarde más bien calurosa, muy cachaca –cielo azul, sol ardiente y pocas nubes–, impregnada por una mezcla de olores pesados que inundaban el ambiente con un olor a cigarrillo barato, empanada callejera y al almizcle fruto del sudor que emanaba de los cuerpos ansiosos, de la ropa mojada y de los dientes mal lavados.
Aparté la vista del rebaño y me concentré en los tres jóvenes sentados trás de mí. Uno era rubio, el otro pelirrojo y en medio de ambos una muchacha de cabello castaño. Los tres venían como apoyo logístico, recomendados por familias muy cercanas al candidato. Ninguno pasaba de los veinte años.
Me senté frente a ellos mientras sacaba mi cajetilla de Marlboro. Encendí uno, sin ofrecerles; los muchachos de hoy solo fuman cuando están de rumba. Aspiré un par de veces y me los quedé mirando por un largo rato mientras el humo flotaba entre nosotros. El sonido de la gente se sentía acolchado, pero retumbaba. Los tres me miraban impasibles, serenos.
Según mis cálculos, teníamos menos de quince minutos antes de que el caos se apoderara de la sede.
–Voy a ser breve y conciso –les dije, mientras sacudía mi cigarrillo sobre uno de los ceniceros–. Dentro de pocos minutos el candidato va a llegar a la sede con su comitiva. Él, tiene programado para hoy, un sinnúmero de reuniones con muchas personas. La gran mayoría, toda una parranda de lagartos y chupamedias que vienen a lamerle el culo.
El pelirrojo soltó una risita leve. La muchacha y el otro joven, ni se inmutaron.
–Por otro lado, hoy viene también, un grupo de empresarios muy importantes, comprometidos al 100% con la causa del partido y, por supuesto, con el candidato. Ellos se van a reunir con él por no más de veinte minutos. Luego vendrán para acá, para entregarnos el dinero del cierre de campaña… ¿Estamos?
Los tres asintieron sin mayor emoción. No tenían por qué demostrar algo distinto; eran ricos y estaban acostumbrados a ver el dinero.
Aplasté la colilla y abrí una de las botellas de agua que había encima de la mesa. Les ofrecí con un gesto y los tres tomaron una botella cada uno.
–Nos van a entregar diez tulas… La tarea es muy sencilla: cada uno de ustedes va a tomar de a tres tulas, van a sacar el dinero, lo van a contar, y van a apuntar en una planilla la cantidad que viene en cada una. Así vamos a saber, primero: si viene lo prometido y también: quién lo aporta. En cada una de las tulas “tiene” que haber tres mil millones de pesos. ¿Hasta ahí todo bien?
Los tres asintieron de nuevo, casi aburridos.
–Ok –continué–. Luego viene la segunda parte… En estas planillas van a anotar unas referencias que les voy a ir dictando. Y al frente: la cantidad asignada. Esas referencias pueden ser cualquier cosa; un nombre, un apodo, un barrio, o lo que sea. No importa… Una vez tengamos claras las cuentas, ustedes van a armar los paquetes de dinero; según lo asignado para cada referencia. Luego, van a meter el dinero en esas bolsas de plástico. Y finalmente: cada bolsa en una de esas cajas… Y eso, va a ser todo por hoy.
Asintieron, como siempre; como una mierda… Solo que, el pelirrojo, carraspeó y levantó su mano.
–Señor…
Le di permiso para hablar con un gesto. Él, volvió a carraspear y se inclinó un poco hacia delante.
–Es que… quería saber algo.
Mi silencio lo impulsó a seguir.
–Es que… tengo entendido que usted es el publicista de la campaña ¿Sí?… Y pues, yo, también soy publicista… y pues… quiero… es decir, tengo un par de…
–Un par de ideas para la campaña, porque eso fue lo que creíste que podías aportar –concluí por él.
–Pues si… ¡es decir! si señor.
Encendí otro cigarrillo y miré mi reloj: cinco minutos más.
–Mira… Lo que hoy vamos a hacer, es lo de siempre: lubricar y poner a girar los engranajes de la política. Yo sé, perfectamente, lo que puede estar pasando por tu cabeza. Hace treinta años yo también vine por lo mismo. Yo también tuve la misma genial idea: revolucionar el marketing político. Pero no es así. Nunca lo fue. La publicidad no es el relleno; es la funda de la almohada. El relleno es lo que viene en esas tulas; las que hoy nos van a entregar. El voto de opinión solo existe en las encuestas. Lo real se concreta a pulso en cada barrio, con cada líder comunal. Lo que cuenta, es la cantidad de votos que podamos conseguir… Y eso, mis queridos polluelos, se consigue es «pagando» por cada voto.
Había logrado acaparar su atención.
–Y para eso –continué–, se necesita gente de mucha confianza, como lo son los mecenas de las tulas; como espero que ustedes también lo sean… Este dinero no va a entrar en las cuentas oficiales de la campaña… Este dinero no existe… Solo es para comprar los votos que necesitamos. Los demás votos que lleguen, pues, vendrán de los que… les gusta la voz del candidato, su forma de vestir, la forma en que les sonríe, o, incluso, de los adictos a la basura que siempre suelta en sus discursos… Algo que, a nosotros, nos debe valer verga.
Los tres se miraron sin decir nada más.
Afuera, la algarabía se incrementó: ¡El candidato había llegado!
Cuando me fui a levantar, la joven no dudó en soltar la pregunta.
–Son diez tulas… ¿Para quién es la última?
La miré y le sonreí… esa joven iba a llegar muy lejos.
Fotos de: Alecus
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