El chambitas
De inútil no lo bajaba su tío y no le faltaba razón, las cosas manuales no eran lo suyo, cosa que le mandaba hacer la hacía mal, no obstante que ya era joven. Si pintaba la puerta de fierro blanca lo hacía disparejo, chorreaba el piso con gotas difíciles de quitar inclusive con el aguarrás, se empapaba las manos y ropa, terminaba mareado, Si le pedía que cambiara el socket, era inevitable que provocara un corto o que al apretar la tuerca macho de la tarja la enroscara. Por ello sobrevenían los gritos del mal carácter del tío que reclamaba tanta inutilidad, mentalmente entraba a hacerlas derrotado y predispuesto a hacerlas con descuido, no obstante que la buena actitud y el entusiasmo no le faltaban. En una ocasión le encargó que pusiera una repisa en la pared el baño de visitas no solo no pudo, sino que hizo unos agujeros tan grandes que hubo que resanarlos con yeso, Entre la torpeza y la falta de cuidado siguió cometiendo destrozo y medio con sus manos de estómago. Era torpe natural, caminando se tropezaba, sin tener sentido de la distancia se golpeaba sin querer con cualquier cosa que se cruzara a su paso, puertas, ventanas, techos, pisos y hasta atropellaba personas que se osaban atravesarse por su camino. Si algo claro había tenido en su vida era que nunca se dedicaría a ejercer ningún oficio que implicara meter las manos. Por ello no dejaba de ser irónico que un día intentando arreglar las luces de navidad, la vecina de enfrente, una señora joven que se veía más grande de su edad por la ropa y peinado conservador que usaba, se acercó para con amabilidad pedirle arreglara las suyas, la inocente no sabía a quién había recurrido. Fingiendo que era señor chambitas de las luces se dispuso a la titánica tarea de hacer prender la infinidad de foquitos fundidos de una serie de cien. Después de tres horas no no logró arreglar ninguna, desarregló las pocas luces que prendían, viendo la señora joven su cara esforzada, se disculpó con él diciendo que nunca hubiera pensado que fuera tan difícil, aprovechó el comentario para hacerle creer que efectivamente era una labor compleja y para manos diestras, la señora le agradeció su tiempo y buena disposición y casi lo despidió como su héroe de trabajos manuales. Era consciente que la vida práctica no era para él, por ello se volcó a la lectura desordenada de libros donde prefería imaginar la vida, que vivirla. Tampoco lo suyo era el deporte, practicó el futbol pero las piernas torpes como las manos, tampoco le daban para eso. Era frecuente que intentaba patear el balón hacia un lado y salía para otro, igual pasaba con los remates de cabeza, como no tenía fuelle físico se mantenía estático en la delantera con los reclamos constantes de sus compañeros para que se moviera. Sabía que estaba condenado a la banca porque no alcanzaba el nivel de sus camaradas, sin embargo se hacía ilusiones de que jugando medio tiempo y mal, si ganaba el equipo él era parte del triunfo. Cierto que en ese entonces se justificaba por las anginas inflamadas por el sol y la tierra que le provocaban un cansancio y en ocasiones fiebres que lo mandaban a la cama. La falta de éxitos de la vida del mundo real los compensaba con logros académicos. En la escuela luchaba con ahínco y dedicación por obtener los primeros lugares y sufría cuando no lo lograba. Pero no se crea que pasaba por un estudiante lunático y deschavetado, por el contrario era parte del grupo de los relajados, pero con la distinción de saber que hay tiempos para la diversión y otros para devoción. Cuando se casó y hubo de poner en práctica sus habilidades manuales sudó la gota gorda, intentando hacer la básico y echando a perder, fue medio aprendiendo, lo que no impidió que para poner unos cuadros dejara paredes llenas de hoyos como si hubieran pasado por una balacera, no se salvó de enroscar la tuerca del cespol inundando de agua la cocina por no saber que existía la llave de paso. El colmo de la de la falta de vida práctica fue el día se ofreció que pusiera el termómetro a su hija para medir su temperatura, cuando su esposa le dijo que lo bajara, efectivamente tomo el instrumento y con la mano derecha lo puso casi al ras de piso, preguntando que así o más abajo. Otro día su propia esposa le encomendó diera un baño al perico mascota de su hija, lo coloco en el lavadero, lavó las plumas con jabón y por último le puso shampoo. Al otro día el perico amaneció con diarrea y en unas horas murió. Cuando contaban estas anécdotas en las sobremesas de comida de familia aparecían las sonrisas de los convidados que imaginaban las escenas, dudando de las historias por lo increíbles que parecían. Continuó intentando aprender una vida práctica pero excedía a sus limitadas capacidades para ello, prefirió entonces seguir imaginando el mundo real.
Fin
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