Nací en Barcelona el año 1954, en el todavía asfixiante entorno del franquismo. Mi abuelo tenía una sastrería-camisería en el centro de la ciudad. Era lo que dice un “señor de Barcelona”. Pero este señor no lo era tanto y una de las cosas que hizo fue rechazar a su hijo, es decir a mi padre. Y al hijo de su hijo, que era yo. No digo “a su nieto” porque nunca me aceptó como tal. La cuestión es que una vez muerto, mi padre no pudo sostener el negocio, que acabó haciendo suspensión depagos. Qué tiene que ver esto con mi historial laboral?.
De entrada, mucho, de salida nada. Empecemos por la entrada. Este breve historial hizo que me convirtiera en alguien que rechazó totalmente
sus orígenes. La ideología contracultural del momento me dio una cobertura
ideológica. No quería saber nada con la clase social de la que provenía ni con
sus valores. No sabía lo que quería, pero sí lo que negaba. Y entre todo lo que
negaba estaba el trabajo como valor. Mi consigna era trabajar lo menos posible, aunque algo tenía que hacer para vivir. Me dediqué a hacer informes bancarios, que consistía en ir a hacer unas preguntas a los que solicitaban un préstamo a un banco. Iba con mi vespino de un lado a otro. Lo único relevante fue conocera Jaime Gil de Biedma, cuando fui a la empresa “Tabacalera de Filipinas”. Estuve repartiendo diarios a los suscriptores de periódicos. Trabajé una temporada en Correos repartiendo telegramas y en una empresa de lámparas.Trabajos que no me aportaban nada en una vida sin rumbo.
A los treinta años decidí que el trabajo podía ser un valor y me puse las pilas. Trabajé tres años en el INEM organizando cursos para parados. A los treinta y tres años aprobé unas oposiciones, aprovechando que una de las pocas cosas serias que había hecho era sacarme la licenciatura de filosofía.
Me ha pasado treinta y tres años trabajando como profesor de secundaria. He tenido momentos mejoresy momentos peores, pero he de decir que en conjunto ha sido una de las mejores experiencias de mi vida. He transmitido algo que me ha conmovido, la filosofía, y en este esfuerzo me he sentido gratificado. He tenido, lo reconozco, momentos duros, algunos desesperantes. Pero en conjunto me he sentido recompensado.
Poco a poco se iba acercando el momento esperado por la mayoría de mis compañeros, que era llegar a los sesenta años y coger la jubilación anticipada. “A vivir”, decían algunos.
Yo me preguntaba si nuestro trabajo no “era vivir”. Podía entender que esto le
dijera alguien que hacía un trabajo mecánico, alienado. Pero nuestro trabajo
tenía algo de creativo y de humanizador. Me pasaba lo mismo que cuando un
compañero me decía el lunes que ya esperaba el viernes. O que durante el curso ya se tenía ganas de que llegara el mes de julio. El trabajo, me decía yo, es vida, tiempo de vivir. Cómo desperdiciar nuestra vida considerado que el
tiempo de trabajo es un tiempo muerto?
Los años fueron pasando y cumplí los sesenta. “De momento continuo”, me dije. Al año siguiente tuve un año crítico y decidí que a los sesenta y dos me jubilaba. En el momento de la decisión lo reconsideré y no solicité la jubilación anticipada. Acabo de cumplir los sesenta y cinco y he solicitado trabajar un año más. Alguno considerará que es por el “horror vacui” de encontrarse con una situación nueva. O porque no tengo nada mejor que hacer. Lo cierto es que sí que tengo proyectos e intereses para el tiempo de jubilación. Pero el trabajo, pienso, no deja de ser una aportación a la sociedad. Si me encuentro bien, tengo una
experiencia y ganas de compartir Por qué no continuar un tiempo más?
Esta es así mi historia laboral. Como dice el título, una mala entrada pero una buena salida.
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