La educación es formadora de todos los individuos, la base de todo profesional, quien nos prepara para el mundo laboral y para la vida en sí misma. Por ende, la docencia debería ser respetada pero, en lugar de ello, es poco valorada, no se respeta y se critica en todo el mundo. Antes, hace muchos años, los docentes eran tan respetados y admirados que es increíble que la sociedad haya cambiado a tal punto de desentender la difícil tarea docente. Hace más de dos años me recibí como Profesora en Nivel Primario, feliz, plena, realizada y orgullosa, con tantas ganas de empezar a trabajar en la profesión que elegí con tanto amor y vocación. Pero la realidad me golpeó duramente, disminuyó mis expectativas y me enseñó la complejidad de la docencia. Primeramente, entiendo a la docencia como un trabajo único, distinto a todos los demás, ya que no trabajamos con computadoras o máquinas, sino con seres humanos. Somos formadores, guías y ejemplos de pequeños estudiantes. La realidad social contemporánea trajo aparejada una lista de complicaciones a la hora de llevar a cabo el proceso de enseñanza-aprendizaje: cursos con cantidades de hasta 40 estudiantes, a los cuales debemos enseñar grupal e individualmente, siguiendo cada aprendizaje y dificultad particular de cerca, y atendiendo a sus problemas personales; trabajar en una sociedad que critica la tarea docente y la entorpece, familias que exigen más de lo que se debería y que se comunican con una falta de respeto constante, un sueldo tan bajo y mal pago que duele, estudiantes que llegan a la Escuela Primaria sin hábitos (los cuales deben ser aprendidos en el hogar y aprehendidos en la escuela).
Me encuentro en un aula dando todo de mí por enseñar, con recursos innovadores o estrategias motivadoras, tratando de entender los problemas de conducta y ayudándolos a mejorar, trabajando con inclusión al trabajar con las diferencias, discapacidades y necesidades de diversos estudiantes en el curso. Atendiendo las exigencias de la institución, de las familias, de los estudiantes, de la vida docente. Asimismo, nos encontramos en una profesión que no se reduce a nuestras 8 horas de trabajo, sino que continuamos en nuestro hogar trabajando horas y horas, planificando, preparando las actividades, corrigiendo tareas, recortando fotocopias, armando clases proyectos, actos, reuniones, salidas educativas; realizando incontables tareas propias de la docencia. Pero todas estas características del docente son invisibles para la sociedad y duele, realmente duele.
Cuando llego a casa tan agotada, agobiada, extrañada, preocupada y en muchas ocasiones llorando, me preguntó por qué elegí esta profesión tan compleja, la cual consume gran parte de mi vida personal y me afecta en lo emocional, a veces quiero saltar y tener un cambio rotundo en mi vida laboral. Pero siempre gana en la balanza mi vocación, mi amor por la docencia, mi cariño por los estudiantes y mi fiel creencia de que la educación cambia al mundo y a las personas que vivimos en él. Por eso respiro profundo y continúo… Por eso elijo una y otra vez esta hermosa y única profesión.
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