Triángulos Purpura

Triángulos Purpura

Ximena Sosa

19/03/2019

Salimos afuera, el comandante alzo la mano con una bolsa guarda balas, y dijo «La que no quiera cocer estas bolsas para nuestros soldados, hágase a un lado» apenas había terminado de hablar cuando todas, las cuatrocientas se habían movido. El castigo, diez días sin moverse, de pie en en la intemperie. Por la noche a las cuatrocientas trabajadoras forzadas se nos permitía dormir en el suelo del barracón de castigo. Al concluir los diez días se nos dio de comer media ración.

Aquel campo había alcanzado una población de 10.000 habitantes, algunos de los primeros en llegar se habían organizado creando una autentica ciudad, se levanto una escuela, un hospital, varios comercios y hasta un cementerio. No se erigió ninguna iglesia, pues la mayoría de los habitantes eran Bibelforscher (distinguidos por un triangulo purpura invertido), los cuales preferían adorar a Dios lejos del murmullo de los demás presos.

Todos los «adultos» trabajaban (se les consideraba adultos a partir de los diez años de edad), jornadas de dieciocho horas diarias, percibían un pequeño sueldo con el que podían comprar cosas por catalogo, las cuales en su mayoría eran inútiles para sostener la vida en el campo.

Ese día por la mañana, la alarma que avisaba el inicio de un nuevo día en el campo despertó a Xavier Soria con total lozanía, era solo en las mañanas cuando podía ver a Maiha mientras las mujeres transitaban cerca de su barracón en camino a su área de trabajo, ese premio que hacía que su actitud no decayera, verla provocaba que el dolor en el estómago a causa de la falta de comida se escapara casi totalmente.

Maiha paso por delante de Xavier y le esbozo la mejor de sus sonrisas, levantaba un poco más las nalgas al desfilar delante de él, intentando caminar lo más derecha y fuerte posible; Maiha Pat de Soria no había comido en los últimos tres días, y esta madrugada había tenido fiebre, paso las primeras tres horas del día hablando disparates sobre el fin, pero gracias a un insípido té, que Martha Franco, compañera de cama y viuda desde el inicio de la guerra, le había preparado con lo último de agua potable que tenía reservado. El calor de esa agua turbia le había dado la suficiente fuerza para pararse, y decirle a su marido en silencio, que ella estaba bien.

«No es por mi» dijo Maiha a Martha Franco «lo que me preocupa es que Xavier descubra que mi cuerpo se está extinguiendo, anhelo permitirme quedarme en cama, y esperar a que los guardias se percaten de mi ausencia y entonces, vengan por mi».

«Querida, todos aquí nos estamos extinguiendo, no te dejes abandonar» dijo Martha «además, querida, está escasez de alimento me ha quitado veinte años de encima, no sabía que aún tenía un pequeño ombligo en medio de mi estomago».

Maiha había olvidado ver desde hace ya varios meses, las joyas que tiene la vida, sin embargo, el vigor aun la acogía, cada mañana al descansar sus ojos en la mirada aun enamorada de Xavier. Ya habían cumplido con esperar tantos años, como para dejarse caer, y Maiha aun lo sabía, pero lo olvidaba con el dolor que le ocasionaba su cuerpo a causa de la privación del medicamento que tantos años había tomado para poder olvidar la lucha interna que se desencadenaba dentro de ella.

Xavier miraba como la neblina abrazaba a su esposa conforme andaba; el vapor salía de entre sus labios al respirar, labios morados, nariz y mejillas rosadas a causa del frío, lo que la hacían verse más guapa que otros días. «Había esperado esto hace tanto tiempo, que me alegra estar aquí, presenciarlo ha sido mi deseo desde niño, no sabía cómo ocurriría, aunque mi mente no dejaba de indagar como ocurriría, cuanto tiempo duraría, o como comenzaría…» se decía Javier a si mismo al verla desfilar. No había tenido ningún temor, sabía que Maiha estaría bien, y que pronto volveríamos a estar juntos, solo un poco más de tiempo y ningún gobierno volverá a ver la luz.

Maiha dejaba sus pensamientos libres al caminar a su área de trabajo. «Mi madre le tenía mucho miedo a la gran Guerra, cuando hablábamos de ella solía decir que ojala viniera después de su muerte, la realidad es que no quería ser sometida a la duda de saber si su mente toleraría la presión de sostener sus convicciones a pesar de torturas y golpes; se mintió todos esos años, ella jamás soportaría un poco de esta terrible presión, no tuvo que si quiera debatir, se quebró como cascara de huevo, no podía ya volver a unirse y con cada toque que le daba el gobierno, popo a poco perdió la entereza de la mama perfecta, creer en algo que aún no pasa y vivir mintiéndole a tu cerebro hace que llegado el momento, dejes esa piel de engaño y seas el ratón indefenso y temeroso que vive dentro de ti. A mí me invadía un morbo descomunal, se decía que en el cielo se verían señales, que el gobierno aplastaría a la religión, que se nos haría sufrir por nuestras convicciones, que sería la peor de las guerras, como nunca se ha visto y como jamás volvería a ocurrir, nada que la humanidad haya vivido antes; yo quería verlo, quería ser puesta a prueba, quería formar parte de mi pueblo y ser humillada y torturada por ser inmovible; aunque el miedo se apoderara de mi quería que mis ojos lo presenciaran, las cosas que creía por fin tomarían forma física. Yo quería ver la justicia, quería ver muertas a todas esas personas que hicieron de mi vida una pesadilla. El odio se había carcomido mi piedad, yo solo deseaba ver la sangre todos ellos, de él, derramaba por nuestro Rey».


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