«Ni después de muerta.»

«Ni después de muerta.»

isabel centeno

19/04/2019

Doña Aurora se levantaba temprano, preparaba su café y lo tomaba con sus polvorones preferidos. Cada sorbo que daba lo hacía con la satisfaccion que se habia ganado y hasta después se iba a su segunda casa, su trabajo. Cuando llegó al restaurante le ofrecieron laborar de cocinera, aunque esta no era su ocupación, la aceptó y asumió como si toda la vida la hubiese tenido. Inició este negocio, surgió con el, se especializó, avanzó y ayudó a su prestigio. Era su creación, «ella misma».

No le gustaba faltar, porque cuando no iba los comensales se quejaban de que la comida no la preparaban igual y la regresaban. Nadie cuidaba la cocina mejor que ella, se esmeraba en cada plato que preparaba, en los jugos, ensaladas,» cocinaba con el corazón». Se encargaba de todos los detalles hasta que la orden llegaba a la mesa. Con los cuarenta años trabajando en este lugar, sabía el gusto de los cliente, como querían las carnes, los vegetales, los mariscos y más. Apenas escuchaba sus pedidos ya anticipaba de quién se trataba y procedía a cocinar.

Afirmaba, que con su trabajo estaba casada y que solo muerta saldría de ahí. Sin mencionar que ya tenía setenta años y no quería jubilarse. Insistía en seguir aquí aunque ya no lo necesitaba, pues sus hijos ya se valían por si mismos. Laborar la mantenía en forma, saludable y no perder la costumbre. Esto lo comentaba bromeando y entre carcajadas contagiosas.

Una mañana de octubre, lluvioso, nublado y helado, salió a trabajar como todos los días. Mientras se dirigía a tomar el bus, sintió un dolor punzante en la parte izquierda de su pecho. Empezó a darse masajes para que se le quitaran, antes le habían dado y se le calmaron de esta manera. Estos insistían, intermitentes y no se marchaban. Se subió al bus, se acomodó en la silla, masajeaba y hablaba: no me dejes, no es hora todavía.. Este, respondió doliendo más fuerte, diciéndole, no! es momento de descansar! El jamás obedeció sus deseos de seguir en la vida y se quedó doblada. La gente que la miraba pensaban que estaba dormida, pero no era así, el corazón le había fallado. Se detuvo el bus en la parada indicada y de repente «el cuerpo se levantó, se dirigió hacia la puerta de salida, se bajó en el lugar de siempre, caminó, saludó a los guardas que de costumbre lo hacía».

Cuando llegó a su destino: dijo buenos días, anotó su nombre y la hora de llegada. «Todo lo hacía normal, lavó, picó los vegetales, cortó las carnes, limpió los camarones, hizo el fresco de melón, de naranjilla y sobre todo siguió en la faena como siempre».

Sus compañeras de trabajo la observaron pálida, con los labios morados, un poco inflamada, las manos más grande y las uñas también. Le hicieron saber lo raro que la notaban, bajó la mirada, medio sonrió y siguió en lo suyo.

«Así pasaron los días, aquel cuerpo sin sed, sin hambre sin sueño sin alma, se gobernaba sólo». Cocinaba y no se equivocaba, igual que cuya dueña cuando lo controlaba. A la sopa de marisco le echaba una de sal, media de azúcar, una pizca de pimienta y una de consumè de camarones. No había diferencia alguna en el sabor, seguía siendo el mismo. Hasta que llegó el domingo, el día que más gente llegaba, se esmeraron y pidieron de todo en el menú. Ordenaron pescados fritos, pollos asados, sopas, tortas de carnes, langosta con mantequilla y para rematar king crab al vapor. El lugar estaba lleno, al reventar, no habían mesas vacías, no cabía nadie.

Con los primeros platos, no hubo problema, pero ya en las últimas horas, la mayoría de clientes empezaron a regresar sus ordenes y enojados llamaron a la dueña: doña Lesvía, le dijeron que todo estaba delicioso igual que todos los días a acepción del olor a podrido que se sentía. Corrió la dueña a preguntar que pasaba con la comida? el porqué salía de esta manera? Al llegar se encontró con un escena horrenda, tétrico pavorosa y asquerosa. Descubrió a Aurora, cocinando rápido, afanada, con las cuatro cocinas encendidas, las llamas a cien por ciento. Estas le derretian las manos provocando que salieran fluidos de sangre con pus, que se deslizaban por la paila mezclándose con las comidas. «Aquel ser no se daba cuenta porque ni siquiera miraba, no escuchaba». Se fijó que de sus ojos pequeños, envez de lágrimas destilaban liquidos morados sin mencionar que la parte blanca de sus hojos parecía que estaban pintadas de negro oscuro profundo y olía mal. No lo podía creer, esto era de otro mundo, pensó que era una pesadilla, la quitó de los fogones, los apagó, revisó sus signos vitales y notó que la amiga y empleada de años se había marchado. Acostó su cuerpo en una mesa al fondo de la cocina, le cruzó sus brazos en forma de equis y los puso en su pecho para que descansara. Le sobo su pelo ya un poco canoso y le cerró sus orificios. También le rezó una oración, agradeció por su dedicación a su negocio y le pidió perdón por tenerla todavía trabajando, cuando debería estar descansando. Aunque sabía que era testaruda y hacía lo que quería.

«Mandó a comprar un ataúd y llamò a sus hijos, para darle cristiana sepultura»

Doña Lesvia dijo: que de una u otra manera Aurora cumplió su deseo y más…

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