Comienzo de la novela El Proceso, de Franz Kafka:

Comienzo de la novela El Proceso, de Franz Kafka:

Vasco

21/02/2014

“Alguien debió de haber difamado a Josef K., ya que éste, sin que hubiera hecho nada malo, una mañana fue arrestado.

La cocinera de la señora Grubach —la mujer que le alquilaba el cuarto—, que todos los días, alrededor de las ocho de la mañana, le traía el desayuno, no vino en esta oportunidad. Esto nunca había sucedido. K. esperó todavía un rato, vio desde sus almohadas a la anciana que vivía enfrente de él, y que lo observaba con una curiosidad totalmente inusual en ella, pero luego, al mismo tiempo sorprendido y hambriento, hizo sonar la campanilla. De inmediato tocaron a la puerta y entró un hombre al que nunca había visto en ese cuarto. Era delgado y, sin embargo, de complexión firme; llevaba un ajustado traje negro que, a semejanza de la ropa de viaje, estaba provisto de diversos pliegues, bolsillos, hebillas, botones y un cinturón, en consecuencia, el traje parecía especialmente práctico, sin que se supiera para qué habría de servir.

—¿Quién es usted? —preguntó K. y de inmediato se incorporó a medias en la cama. Pero el hombre pasó por alto la pregunta, como si hubiera que aceptar su presencia, y se limitó a decir, por su parte:

—¿Usted ha llamado?

—Anna tiene que traerme el desayuno —dijo K. e intentó, en primera instancia, averiguar tácitamente, por medio de la atención y la reflexión, quién era en realidad el hombre. Pero este no se expuso demasiado tiempo a sus miradas, sino que se volvió hacia la puerta, que abrió un poco a fin de decirle a alguien que, evidentemente, se encontraba detrás de ella:

—Quiere que Anna le traiga el desayuno.

Se oyó una leve carcajada en el cuarto contiguo; de acuerdo con el sonido, no era claro si la habían producido varias personas. Aun cuando, a partir de esa risa, no pudo haberse enterado de nada que no hubiera sabido antes, el hombre extraño le dijo ahora a K., con el tono de un anuncio:

—Es imposible.

—Esto supondría una novedad —dijo K.; saltó de la cama y se puso rápidamente sus pantalones—. Quiero ver qué clase de personas hay en el cuarto contiguo, y cómo da cuenta la señora Grubach de esta molestia dirigida hacia mi persona.

Pero de inmediato se le ocurrió que no hubiera debido decir eso en voz alta, y que de esa manera estaba reconociéndole, en cierta medida, al extraño un derecho a vigilarlo; pero en ese momento, eso no le pareció importante. De todos modos, el extraño lo entendió de esa manera, pues dijo:

—¿No prefiere permanecer aquí?

—No quiero permanecer aquí, ni que usted me dirija la palabra antes de haberse presentado.

—Lo dije con buenas intenciones —dijo el extraño, y ahora abrió por propia voluntad la puerta.”

El lector, además de Josef K, ya no escapará de esta atmósfera en toda la novela, “es imposible”. La ambigüedad entre el absurdo de los hechos en sí y la percepción de éstos, las reminiscencias oníricas y los sucesos sin razones aparentes, presentes en estos primeros párrafos, no nos abandonarán.

Josef K. es un Quijote, pero vacío de ideal, obligado a desfacer un entuerto que desconoce y que solo a él perjudica.

Sin embargo, no sentimos que fuera un personaje de ficción, sino alguien de carne y hueso esencialmente solo. Y este es el drama visceral de El Proceso desde la primera línea hasta la última: la soledad de un mundo cotidiano desconocido y amenazante.

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