Comenzaba a oscurecer cuando llegó Santiago con su rebaño frente a una vieja Iglesia abandonada.El techo se había derrumbado hacía mucho tiempo y un enorme árbol había crecido en el lugar que antes ocupaba la Sacristía. Decidió pasar la noche allí. Hizo que todas las ovejas entrasen por la puerta en ruinas y luego colocó algunas tablas de manera que no pudieran huir durante la noche. No había lobos en aquella región, pero cierta vez una se escapó por la noche y él había perdido todo el día siguiente buscando la oveja prófuga. Extendió su abrigo en el suelo y se acostó, usando el libro que acababa de leer como almohada. Aun estaba oscuro cuando despertó. Miró hacia arriba y vio que las estrellas brillaban a través del techo destruido.» Hubiera querido dormir un poco más», pensó. Había tenido el mismo sueño que la semana pasada y otra vez se había despertado antes del final. Se levantó y bebió un trago de vino. Después tomó el bastón y empezó a despertar a las ovejas que aun dormían. Se había dado cuenta de que cuando él despertaba, la mayor parte de los animales también lo hacían. Como si hubiera alguna misteriosa energía uniendo su vida a la de aquellas ovejas que desde hacia dos años recorrían con él la tierra, en busca de agua y alimento.» Conocen mis horarios» dijo en voz baja, luego reflexionó y pensó que podía ser lo contrario: era él quien se acostumbró al horario de ellas.
» Leer El Alquimista es como levantarse al alba para ver salir el sol mientras el resto del mundo duerme». Todos los que somos lectores sabemos muy bien que la primera frase es lo más importante de un texto, si no logra capturar al lector todo mérito posterior es vano. El inicio debe ser lo suficientemente seductor e intrigante como para atrapar a quien lea y lo lleve a avanzar al próximo párrafo. El autor llega al mundo imaginario de haberlo hecho vivir en el paréntesis mágico de la lectura, la mentira como verdad y la verdad como mentira.
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