Me decidí ir a aquel taller de escritura del que todos estaban hablando. No tenía idea de como terminé allí, yo no era un escritor ni mucho menos un artista: «¿Cuál será mi primer relato?», pensaba con nerviosismo, buscando alguna clase de inspiración a mi alrededor. De improviso cayó mi pluma al suelo. Memorable ese instante en que mi mano se dirigió al suelo y tocó la suya.
Han pasado veinticuatro años desde aquel día y sigo enamorándome, porque no hay mejor relato que una historia de amor.
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