Comenzaba a escribir un relato. Mientras su pluma acariciaba el papel y la tinta impregnaba los renglones con sus letras, se detenía para pensar, miraba hacia el cielo como soltando una plegaria a un dios desconocido y de vez en cuando observaba a los otros fieles escritores. Buscaba una respuesta en los ojos de su maestro, pero tan sólo flotaban en el aire cuales motas de polvo sus últimas palabras: «¿Acaso hay más belleza en los trazos de un pintor, que en las palabras precisas de un poeta?».
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