Os escuchaba desde la puerta.

Leíais a Coelho, a Allende y a Bucay.

Escribíais sobre amor y felicidad porque decíais que en esa clase vuestros textos se hacían realidad.

Os escuchaba.

Y os odiaba.

Así que un día quise probar.

Saqué mi lápiz y mi cuaderno.

Y comencé a disparar.

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