“-¡Señorita, señorita! -gritó un joven abriendo la ventanilla de su auto en plena circulación.
-¿Qué pasa? – gesticulé desde mi automóvil.
-¡Lleva usted un par de zapatos sobre el auto!- gritó.
Reí socarronamente, estacionándome, para descartar tal locura.
No tuve que ver nada, porque experimenté entonces, la desnudez de mis pies descalzos”.
“Inconsciencia” denominé el relato.
-¿Cual es la historia? – preguntaban.
-No hay historia- decían.
– ¡Qué complicados pueden ser los escritores! – me decía.
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