A ver, vuelve a leerlo, por favor, pide Vargas, escritor consagrado y profesor del taller, desde lo alto de su metro ochenta y cinco, las gafas presas entre el índice y el pulgar izquierdos. El aspirante a escritor, o aficionado con ínfulas, o puede que pobre diablo abandonado por las musas, obedece. Los demás, escuchamos. No por interés, o respesto, y desde luego que no por compasión. Escuchamos, con crueldad, y esperamos la puntilla de Vargas como las hienas esperan que el león se sacie.
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