Tiró el café. Miró el vaivén de la hamaca. Suspiró sobre el charco negro. Salió. Lo golpeó el viento. Los árboles se arquearon. Se dio la vuelta. Miró la casa y sus manos. Regresó despacio. Se arrodilló a los pies de la hamaca como si aún estuviera allí. La acarició. Escribió su final como ella le había enseñando en aquellos días llenos de literatura y micros abiertos. Se acordó del café sobre el mármol blanco sin recoger. Rosa jamás lo hubiera permitido. Escuchó su soledad. También su renacer.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS