Entra en la sala con la vida despistada y sin saber por qué comienza a escribir.
Llena de tinta el corazón, desnudando el alma y la pena entre párrafo y párrafo. Siente la libertad de sus dedos y por primera vez en mucho tiempo colma su vacío de paz.
Ahora el abismo, ahora el error: no es esta la sala, ni su grupo. Tampoco la sesión de psicoterapia.
Frente a todo pronóstico se deja seducir por aquella maravillosa equivocación.
Cierra los ojos y respira profundo antes de seguir escribiendo.
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