Leía, escribía, publicaba: era periodista. Llegó la censura, los disparos, el exilio: muté a profesor de escritura. Llegaron los suicidas, los fatuos, los cursis: hice de psicoanalista. Me enfrento a sus errores ortográficos, a su incoherencia, a su mal gusto: me hago alcohólico. Imitan a Hemingway, a Cortázar, a Coelho: me convierto en exorcista. Me pedirán consulta, me ofrecerán un café, me invitarán a cenar: ejerceré de amante. ¿Dejaré de leer, de escribir, de publicar? No, venceré al olvido.
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