Entré al taller, fue imposible no sentirme impotente, su silla estaba vacía, ya no volverá.
Me senté, intenté concentrarme en escribir, tomé el lápiz, abrí mi libreta y entonces una lágrima vino sin aviso.
Todos estaban absortos en la música de fondo y yo me quebraba entre su ausencia y mi cobardía.
De repente, Laura, la profesora, tocó mi mano, y me trae de regreso a la libreta.
«Tengo miedo de buscarte y no hallarte, de pronunciarte y no escucharme»
Así inició mi última poesía.
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