Te miro, te observo, te contemplo.
Blanca, virgen, impoluta.
Cierro mis ojos … abro mi mente … me atrevo a sentir.
Y sobre tu albor fluyeron todos esos otros “yo” que
convertidos en verbo violaron tu pureza.
Descargué mi alma imprimiendo en tus límpidas hojas.
Convirtiéndote en mi mundo para transformarte en otra.
Te examino, te descubro, te reconozco.
Ahora te aprecio colmada, rebosante, henchida.
… Y así saciada y complacida te siento orgullosa….
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