El sonido siseante del viento soplaba sobre los muchos cipreses que serpenteaban silenciosos junto al sinuoso sendero.
Y sin embargo, todo era silencio.
Blanco.
Incómodo.
Puro.
Sólo interrumpido, a veces, por el repetido repiqueteo de raquíticas ramas de roble retorciéndose en este remoto bosque retumbando junto a terribles estallidos de enormes truenos.
Todo era silencio excepto un grito: la irremediable aceptación del destino de las palabras abriéndose paso a la realidad mientras las escribía.
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