Después de mucho capacitarme, decidí que ya estaba lo suficientemente madura para iniciar la senda de los artistas y entré al taller segura de mí.
Profesor: – ¿Para qué darían permiso a las palabras?
La tinta aprisionada en los libros que nos rodeaban me susurraba algo que no lograba captar. Pensé un buen rato y ensayé una respuesta muy adulta:
– Para lo que ellas quieran.
Más tarde me vi jugando entre letras, inventando imposibles, como cuando tenía seis y boté al cesto toda mi «sabiduría».
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