Pisoteaba la calle apurada, cuaderno en mano, sin reloj, ni tiempo, porque escribir le encendía el Alma y le sacaba los miedos, esos que guardaba bajo llave cada vez que entraba en el Taller, y encontraba esos rostros antiguos con miradas de poetas perdidos, en un tiempo que no era el suyo. Tarareaba bajito para no distraer el ritmo de sus compañeros de letras sueltas, buscando encontrar la melodía justa para hacerlas bailar arriba de un papel. Borró y sonrió feliz, aún le temblaban las manos…
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