Comencé escribiendo nada más que un vago pensamiento, desfigurado y empobrecido en cuánto a retórica. Mis días se fueron llenando de frases que morían por desnudar mi alma y expresarla sin tapujos y sin farsa.
Era anormal este mi nuevo mundo, me enjaulé entre rimas, versos y figuras desconocidas.
La inspiración se obsesionó por mi débil transcripción y me siguió a todas partes.
Me esclavizó las ganas de intentarlo, la perfección que jamás hallaré, en un infinito Universo llamado Literatura.
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