– Siempre que te veo; siento apenas con mirarte, ese placer que uno siente ayudando a los demás, por más que nunca te lo diga. Una pena no poder entretenerme con tu magia, mi condición no me lo permite. Me siento un miserable, víctima de mis elecciones, no tengo más que mis ojos y oídos; imperceptible, incluso invisible…
Bueno, mejor me voy…
La profesora del taller, feliz y apenada, pensaba: «Pobre hombre, no posee más que muchos compromisos y el alquiler de mil salones, incluso el mío».
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