Emma era la mejor escritora. Decidió dejar su pasión para dedicarse a su familia.
Le pedí que cogiéramos un taller de escritura, pero se negó. Tomé el taller, escribí esperando que retomara algún día.
Pasaron treinta años cuando la encontré comprando mi libro. Tan bella y tierna como siempre. Estaba separada y sus hijos ya adultos.
Me atreví a confesar que mis historias eran para ella, sonrió coqueta. Le rogué que volviera a escribir, y aceptó darme aquella historia que por tantos años esperé.
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