Todos están sentados, mirándose unos a otros en un círculo prefecto de pupitres. Cada uno tiene el lápiz presto a la escritura, la hoja limpia y lisa… y el terror.

Solo se oyen las respiraciones lentas mientras pasa el profesor por detrás de todos ellos, zumbando, oteando, esperando que escriban sus relatos.

En su mano descansa la beretta, montada, lista para el juicio.

No aparecen aún anécdotas ni personajes ni escenarios… este grupo no aprovecha la presión.

Un chirrido. La puerta se abre.

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