Maravillas, nuestro barrio
Maravillas en el contenedor de basura, escrito en negro, delante del Pepe Botella. La Plaza del Dos de Mayo, los pájaros sin volar. La mujer sentada en la puerta del Día, cerrado. Maravillas, nuestro barrio. Parece que hace más y no hace tanto: paraguas en mano apareces, la obligación de compartir, mojarte, fumar sin fumar, protegerme. Demasiado bueno para ser verdad: una foto. Subo por San Andrés, veo la pintada. Familia de esqueletos encima del Ojalá: De tanto abrazarse… Doy vueltas a lo mismo y llego a casa como entonces.
1
He estado a punto de llamarte, me han cogido en un casting por el pelo. Me equivoqué en los diálogos, tuve que declararme a un tipo. Se parece a ti en el lunar. He querido pedirle permiso para tocárselo. No lo he hecho. Luego unas palmadas, unos pasos atrás, un baile de esos. Hablé con tu foto, que me diera suerte. Tiene el rojo puesto, manchando la cartera. Dejé un beso colgado en un trozo de papel del mueble del baño, que se airee mi boca. Ahora cabe todo, todos los zapatos que no uso, siempre los mismos cómodos rotos. Tengo que comprarme unos y una cartera. Odio cambiar de zapatos y de cartera, lo sabes. ¿Lo sabes? Pero están rotas las dos cosas. Se está despintando el león del llavero y el trébol de cuatro hojas me responde a veces: me dice que estás con tus padres, en el norte, o aquí al lado y no te veo.
Creo que no he adelgazado aunque Marisa diga que a este paso podré usar de falda una loncha de chóped de las que pongo en el bar. Hace tiempo que nadie me mide la carne. Lo intento yo, rodearme. También lo de mirarme al espejo como las primeras veces, para quedar contigo al llegar a casa. Actúo bien en la calle, en el trabajo, pero aquí… ¿Por qué te hablo? He probado a cambiarte de nombre, arrancarte el lunar de los labios, ponértelo entre las cejas y estrujarlo como espinilla entre mis pulgares. El recuerdo es pus y escuece. Escueces, justo aquí.
Maravillas, nuestra casa.
Huele a curry. Los vecinos cocinan, ponen la tele, bajito, preparan la mesa y hablan. Luego, la cama.
No sé si el agujero del zapato se verá cuando me descalce. Hay una escena en la que me desnudo, con el pelo liso y suelto, me lo he planchado, me han cogido por eso, no por el color ni por el moño alto que tanto te gusta, te gustaba, de donde salen todas mis ideas locas que, pelirroja, me fascinan. Me llamarán, dicen, seguro, y me dirán cuándo empezamos. Pego la tarjeta con imán en el frigorífico, al lado de los acuerdos de mi amiga que cree en el poder de la atracción y Mister Wonderful, al lado del calendario que me dio mi madre, para marcar la regla que no me viene.
No sé si he perdido todas las tetas y por eso no se agrandan. Y yo te decía tócame y te ibas. No era ahí. Me voy, me voy, me voy, nena, ¿ya? Y yo, después: ¿Ya? El papel es de ninfómana (en tu idioma). El director es maricón (en tu idioma) y creo que también mi compañero en la serie. Compañero porque son más de dos capítulos esta vez. Y puede que te venga bien el horario, que no trabajes y puedas verme si me preguntas qué tal, esta vez. Me quedé esperando, pensaba que lo harías, era importante, era teatro. Fue bien pero no me cogieron. Me han cogido hoy y he estado a punto de llamarte cuando he sacado el móvil para apuntar el de la productora pero me dan la tarjeta, que ya me llamarán, dicen. Fijo. Y luego me he acordado de que ya no puedo llamarte y he molestado de nuevo a Marisa y le he dicho que todo bien, que me han cogido, que bien pero que no puedo llamarte para contarte porque hice el juramento, me obligaste, de por mis muertos en mi puta vida nunca más molestarte. Tu dedo acusador aún me salpica, y la saliva de muertos y la saliva de puta.
La china sigue sin darme las buenas noches ni los buenos días, 87 céntimos una manzana, no me responde a si son de oro. Solo le caías bien tú. Aprendo a hablar de ti en pasado. Digo que eras rubio, verde bajo la bombilla del fotomatón, azul en los bares en los que no he trabajado, pocos. ¿Sigues teniendo los mismos besos? Supongo que ya habrás encontrado otro grifo del que beber. Sigo eligiendo amistad pero no sé cómo se vive sin ocupar la boca. Ahora que no fumo, me meto el dedo en la cama. Tú tienes menos agujeros que tapar, hasta en eso sales ganando. Y el de la boca te da lo mismo porque… eran secos, no sé si al final o siempre, chupas pero no das, bebes y dejas con sed. Por eso te hablo, no sé si me ha salido bien la escena, y por lo del curry, apesta, como las últimas veces. Sí, igual, quizá peor. Ven y lo compruebas.
No es que quiera que vengas, molestarte, solo explicarte pero no oyes. Si te quisiera no estrujaría latas de Coca-Cola con tu nombre ni la china me regañaría ni tendría que comprarlas para tirarlas y ver cómo te ríes de lo absurdo, de mí. Puta china. Un moreno. Tendría que haberme buscado un moreno, un sevillano, un hombre de verdad, de la tierra, hacer caso a mi madre por una vez. Pero apareciste y me miraste, y mírame. Soy la mejor cuando estoy sola, me digo. La mejor. Muy macha de toda la vida, no te conté porque no quisiste. Soy la mejor cuando estoy sola pero no estoy sola en la escena y no me fío, bueno dos, dos escenas, dos capítulos, dos días, dos episodios. Compañeros, somos compañeros. Estoy con otro que no me conoce y tiene que besarme y no he sentido nada porque lo ha hecho ya. ¿Lo ha hecho ya? No lo sé. Lo juro por el león del llavero que compramos y por tu foto de carné en mi cartera rota y por el trébol de cuatro hojas que colocamos en la entrada. ¿Estás? La casa sigue igual aunque algo sin forma ha crecido. Las paredes no abrazan. Tus besos eran secos pero me conocían.
2
Creía que era sin alcohol. No es bueno beber con sed, he cogido la cerveza equivocada. Suena Goyeneche, piantiao, piantiao. A los vecinos les ha dado por oír tango. Una cerveza y dos yogures: esa es mi cena. Tengo frío. Siempre pasa con el alcohol, es como el chocolate. Cuando como chocolate entro en calor, luego se me pasa y tengo frío. Igual que la cerveza. Mañana. Mañana seré yo quien ponga las canciones y haga el ruido de muelle. Pero la noche nunca me deja. Me dejé la luz encendida del baño esta mañana. No sé qué pasará cuando lleguen las facturas el próximo mes. No me han llamado los del casting. Y mejor porque no podría haber respondido y habría parecido falta de interés. Eso piensa mi jefa, verá mucho que trabajo por dinero aunque no respire, que no sé hacer otra cosa que partir pizza.
En el buzón había publicidad de pizza, también, me persigue, como las que doy en La gente del sí pero enteras. Todas son demasiado grandes para una. Yo. Grande. Sí. Estoy por volver a comprarme Petit suisse y sesadas. Leche y proteína para crecer y montar mi propia productora y mandar a tomar por culo todos los bares: La gente del sí. Bonito nombre, por qué no dejas el Pepe Botella y tenemos más tiempo, pelirroja, ahí seguro que no se trabaja entrada la noche y yo todavía apenas tengo guardias y las que tengo las dejaré por ti, pelirroja, dejo todotodotodo. Bonito nombre, sí, pero con lo bonito no se come. Lo aprendí de ti.
No puedo pensar con tanta burbuja en la barriga y me hago pis y no quiero ir al baño ni a la cama grande sino quedarme aquí, en la butaca, cerrar los ojos, no ver el sofá de dos plazas a mi izquierda ni el mueble que montaste a mi derecha; el bibelot, la Puerta de Brandeburgo, el hombrecillo del semáforo, la primera guía, ese álbum. Pero si no voy al baño luego me despertaré a mitad de la noche y ya no podré dormir de nuevo y estaré reventada para todo el día de mañana y mi jefa verá de nuevo mi falta de interés y me repetirá el nombre del sitio para el que curro. Frío. Frío que no se acaba, ancho. La manta lejos. Creo que alguien se ha dejado la puerta abierta del cielo esta noche otra vez.
3
Under my skin. Under my skin… Qué va. Vienen nuevos. Vienen. Repito. Mi febrero sola. Ya lo creo que sí. Como la canción. Antes venías con las gardenias y dijiste que no me acostumbrase. Desde luego que no, no te preocupes. ¿Qué se deja para después cuando el listón es alto? Bueno…, alto. Es un decir. Poca originalidad la tuya. Promete poco, da mucho. La radio ha cambiado de canción y la cacerola hace pompas. Cuezo calabazas, puedo echarle lechuga o guisantes, una ensalada con todo lo que sobra. Haré eso con los hombres. Los hombres que me miran, este que me escribe, no son los que miro yo. Los que miro yo no existen porque no son hombres sino contenedores, frigoríficos, un helado con todo lo que sobra y tú. Estás en todos los gestos imbéciles.
En mi frigorífico, sí, ya es mío aunque lo pagases (como todo) tú, tengo un par de patatas, un poco de ginebra, dos cervezas sin alcohol, una bolsa de lechuga cortada, otra de verduras para meter en el microondas. Zanahorias. Podría vivir toda la vida (¿se vive la muerte acaso?) comiendo zanahorias y queso y café si estoy bien. Ahora lo tomo, una taza grande que me caliente las manos y por dentro, pego un sorbo. ¿Y a quién le importa? Meter en frascos los besos del otro para probar después, ¿se puede?, como el bocado del helado que a dieta de sexo ya no puedo lamer de nuevo, ¿dónde? Probar, la vida es probar y lamer. Estoy de un pesado con la vida… Se me ha debido de pegar de Marisa. Quiero que amanezca del todo y probar mañana el nuevo día, comprarme esos zapatos que ella ha visto para mí. Me niego. No, no quiero. Nunca he querido tacones que me alcen, no los necesito. ¿Qué será lo próximo, cambiar de cartera, una de marca y lucirme? Con esta hice mil carreras contigo, te recorrí, me recorrí, el mundo, nuestro, contigo cuando eras tú. Nosotros cuando éramos nosotros, Berlín. Ahora no sé quién soy yo.
Te busco en el espejo y no me sale. Lo intento pero lo olvidé. Qué fácil sería hacerlo así sin pensar, poner otra cara, adiós. ¿No te duele? ¿No te duele cómo me toco? ¿Cómo me masturbo ahora?
Un cigarro me vendría bien.
Y este dice que cuándo quedamos para un café, que cuando seré su cantante, que tengo una voz preciosa. Él se conforma con trabajar en la oficina de seguros que llevan mi nombre, decírmelo, llamarme santa, comprarme un cacho de pizza todos los días y verme con mi cara de abstinencia detrás de la barra. Como tú cuando me conociste, ¿no? No sé para qué le di mi teléfono. Qué bien no tener sueños, conformarse. En sueños vuelvo a fumar y me convierto en estrella del rock. Sí, un poco de rock and roll me sacará de aquí, de esta miel. Huele todo a calabaza. Joan Jett para dormir.
4
Tengo el día libre, ¿cuál no lo es? Nadie me obliga a hacer nada, ir al Retiro, al gimnasio, al cine. Marisa quiere ir al cine a ver una de sus películas de pasarse la noche y tres noches después hablando sobre la técnica; no me apetece. No me interesa el cine, solo lo amo. Lo que se ama no se analiza. Estas paredes vestidas de ayer… Quizá cambie la decoración. Cuánto cansa un quizá. Quizá nos encontremos por el barrio, quizá nos volvamos a ver, quizá una segunda parte, quizá, quizá. Quizá siempre despidiéndose en la puerta, TÚ, pidiéndome que jure que no te volveré a llamar, y olvidas la guitarra para que siempre me acuerde de la culpa. La guitarra, tu pasión, yo. Ja. Las pasiones no se olvidan. No, no voy a liarme con el de los seguros, ojalá.
Huele a humedad la bufanda que me regalaste. La llevo puesta.
Una vez, en Granada, creo que esto no te lo conté, un hombre se me acercó y me preguntó que qué estaba leyendo. Alguna chorrada, supongo, en el banco de un parque. Nunca recuerdo lo que me interesa sino solo lo que amo. El viejo me preguntó que qué leía y me mandó ir al Quijote, porque «es la mentira más verdad nunca dicha». Solo sé que termina en VALE, y que no necesito tanta verdad que me recuerde que todo es mentira ahora.
Marisa dice que de las historias recordamos el final, el principio rara vez y nunca lo del medio. Lo malo es que de los dos yo soy la de la buena memoria.
Es la regla, seguro. Tiene que venirme, está al caer, y por eso tanta tontería, otro café, y por eso escucho a los que retiran los contenedores de la calle y por eso los pájaros me han despertado antes de tiempo esta mañana de un día nuevo para estrenar sin nada obligado que hacer. ¿Se estrena acaso lo viejo? Lo malo es que de nuestra historia yo recuerdo Todo porque estuve Toda, entera, dilatada todos los días; pero tú eres mal lector, rencoroso hasta el tuétano y solo recuerdas donde te ves, lo que te interesa, Nuestra historia no. Habría escrito un cuento así: Nuestra historia, lo habría dado en la rosaleda del Retiro. Allí hay un banco en el que, seguro, se sientan los novios a modo de altar. Pocos invitados, mucho nuestro.
Mucho nuestro.
La bufanda huele a humedad y no sé si esto es mío o nuestro, tuyo nada sientes ya. ¿Siguen teniendo algo del otro los regalos? No la quiero. Huele a humedad y me acuerdo del negocio. Somos un negocio local que funciona y va creciendo y se convierte en una multinacional. Eso pensabas, lo sé, en tu cabeza de cemento. Eso no me dijiste al principio, te callas y no ves cómo el negocio (local) se desmorona delante de tus narices y no hay andamios y sales corriendo al comprobar lo que pasa cuando uno descuida lo que ama. Lo que amo, Ja. Mi pasión. ¡Qué bien recitas! ¿Seguro que eres médico y no un mal cómico?
No sé si el amor son las trampas o el juego, las trampas; pero sí sé lo que es la amistad. Y un amigo, porque nosotros somos amigos sobre todo, defiendes hasta partirte la lengua mientras me besas, te cagas por sentir, un amigo llamaría ahora para preguntar qué tal estás, qué harás hoy, ¿cuánto hace que no comemos helado de tartaleta de limón? Te invito y hablamos de nuestras cosas favoritas. Odio la palabra favorita, te lo he dicho muchas veces, Alberto, Alberto favorito. Voy a liarme con todos los Brunos de Madrid y voy a encontrar a mi favorito desperdiciado. Voy a buscarme un enemigo grande. Voy a tocarme, ¿qué te parece?, pensando en él.
5
Marisa es escritora y sabe mirar dentro. Marisa elegiría un papel en blanco a las puertas del abismo. Marisa no te cae bien y no entiendes nada de lo que para Marisa es escribir como no entiendes nada de lo que para mí es actuar y usas entender para todo. Marisa tuvo un novio como tú, de escuadra y cartabón, tú serías un escritor magnífico de escuadra y cartabón. Marisa escribe porque tuvo un novio como tú y la soledad se le hizo chica y ahora no puede parar de escribir porque tiene el alma llena de mosquitos. Marisa dice que lo bueno de escribir es que puede herirse y curarse sola. Marisa sabe que tiene una historia cuando hay alguien, un enemigo gordo, que no quisiera leerla. Marisa me invita a que te vomite todo esto.
He intentado rellenar el bote de ambientador con tu perfume. He estado a punto de encender uno de los cigarros que quedan del último paquete mío. He dejado de fumar, ¿te lo he dicho? No puedo atrapar el humo para metérmelo, rellenarme, ni guardan las paredes el olor de ti. No se puede colmar a golpe de flu un bote vacío. La casa huele toda a YO. «Creo que tengo que salir a buscar nueva droga», escribo a Marisa. Le parece una historia estupenda, para un relato, mi pesadilla, que te lo escriba también. A todo le saca partido. Envidio a mi amiga tan fuerte y tan madre que ríe bello.
Soñé con Aznar y Michael Jackson. Estaban los dos en la misma mesa liderando un congreso. Se llevaban genial, uno tan blanco, otro con su bigote, Mire, usted y el de Man in the mirror reía. Yo fumaba y los observaba y te escribía con un cigarro en la mano. Un cuento de humor me habría gustado que fuera lo nuestro. De humor blanco, no negro que se descascarilla (y solo quedan los pelos sobre el sudor encima, la única parte mojada de tu labio).
No me gusta el humor negro. El humor no puede ser un hombre tapado lleno de miedo y sarcasmo: tú. El oscuro tiene miedo a decir, a querer, que no es nada sin desquerer y no pasa nada por dejar de quererse. Al oscuro le atormenta sentir cuando un puño golpea el ombligo y no se ve, no se puede contraatacar, qué susto, algo hondo que grita blanco si es blanco (Te quiero) y negro si es negro (Ya no). La oscuridad confunde amor con guerra, pido permiso para alistarme y tú con coraza, armadura, rifle, casco, tapado entero, y yo a luchar a tu búnker. Abrazarte era últimamente así: mi cuerpo sin tu cuerpo. ¿Con quién quieres que me comparta ahora desnuda, con quién reparto gastos y recuerdos porque solo eso es para ti una casa? ¿Cómo se deshace?, ¿cómo se deshace si no queda la forma?, ¿cómo se deshace el amor después de hacerlo? Quedan muchas latas con tu nombre por estrujar, y es insoportable, verte reír guapo en la cama. Yo hago el amor, tú hacías gimnasia.
6
Bolígrafos en el lavabo, guiones abiertos en la cocina, publicidad en la butaca. Salón con huellas, sofá vacío. La casa está hecha un desastre. No hay servilletas, me limpio con papel higiénico rosa; en la nevera, bajo el imán, los acuerdos, Marisa: No hagas suposiciones, sé impecable con tus palabras, no tomes nada personalmente: ¿cómo? La productora no responde.
Esto te dará suerte, pelirroja, volarás, de aquí a Lima. Tiro, oigo el tirón igual que cuando te hice la cera. Solo se arranca la mitad, de la pared, se pega en mi mano, lo arrugo, lo tiro. Tiro de nuevo del vinilo de pájaros de la pared y te oigo decir dolor, ¡Ah, cabrita!, como cuando te hice la cera en verano. Lo arranco entero, también la rama del árbol que no sé qué nombre tiene, se queda la marca. No te duele. Con el bolígrafo en la boca leo y releo, vocalización fetén, pareces de Valladolid, pelirroja, risas, me lo aprendo, te lo recito, aplaudes, de Madrid al cielo, preciosa, triunfarás como los Beatles, probemos con la guitarra, Strawberry fields forever… Cuando todo es final, parecen estampas perpetuas los inicios.
Chiste.
Voy a dedicarme a pintar y a decorar de nuevo. Tal vez Marisa me ayude aunque prefiero hacerlo sola, a mi modo y sin escucharla decir «esfuérzate»; sola y con mi fuerza mayor, como cuando era una enana y cambiaba de sitio los muebles, y mi madre: «Tan chica y con tanta fuerza, mi niña». Pondré estrellitas con mi nombre para no olvidar los sueños, mi camino. Hollywood no hace falta, me vale La Latina si es algo de reír. Pero tú no te enteras. Vendrá mi madre, aplaudirá. Pisaré la pared en mi sueño, se irá la marca del vinilo, se irá tu marca. Un fin de semana o un día cualquiera pintaré a una hora que no conozca, en cinco minutos en que no me vea, cuando el techo no se me caiga encima como ahora.
«Vente, anda». No es que me caigan muy bien sus amigos pero me caen mejor que tus recuerdos. «Vente, anda. Sal de ahí», y sigue en la pantalla escribiendo, escribiendo, escribiendo, mi amiga. Insiste, no como tú.
7
Es un sitio pequeño, ruso, y sin rincón para esconderme. El más grande es el camarero, ruso. Nos pone cervezas, rusas, chinchín, por «La dama del perrito», los amigos de Marisa. No estoy yo para aguantar a tipos hablándome de Chéjov que repiten:
—Entonces eres actriz.
Quiero matar un poquito a mi amiga, que habla de mí como trofeo, como el monstruo de las cavernas que decide salir hoy. Tengo en la frente: Desde que me dejó mi novio no follo, que soy guarrilla unos días y otros doy pena, y que antes mi novio, tú, sabía qué día era cada cosa y follábamos sin preguntarnos, que él no me pedía que me centrara, que no preguntaba ¿Ya?, ¿puedo correrme ya?
Entre los amigos de Marisa hay uno con un dientecito, saliva ahí, en ese diente, arriba, descantillado, en el lado izquierdo. Tiene cara de llamarse Fermín. Es de los que, si fuera camarero, te quitaría la cesta del pan y todos los platos antes de terminar para cumplir con el jefe, hacer hueco a otra mesa pronto. Fue buen alumno y llegará lejos porque no habla. Es delgado como el cursor de un ratón en la pantalla. Todas las paredes de este local son blancas, pero no está nevando ni es mi primer viaje contigo. No estamos en el extranjero sino en un bar ruso de Chamberí decorado como pub irlandés, en el que unos cuantos de esos que dicen Como todo el mundo sabe preguntan por orden de mi amiga, que antes de yo llegar ha indicado mi necesidad eterna.
—Y te acaban de coger de un casting, ¿no?
Dejo el abrigo en el taburete al lado de la niña sola, que ni se ha quitado la mochila. Cojo papas fritas del cesto. Es como en los que mi madre coloca galletas de jengibre y pasas, ahora que tiene que ir menos al campo, limpiar menos viviendas, propiedades de otros. La llamaría pero no, no quiero a otra Marisa hoy. ¿Un cualquiera que no pregunte, que solo abrace? ¿El del dientecito? La niña que colorea apoyada en la barra, le cuelgan los pies del taburete, con la mochila puesta aún, puede entenderme mejor, seguro. No quiero un dedo que no diga nada.
—Es callada tu amiga, ¿eh?
Marisa me susurra:
—Podrías ser un poquito más agradable.
Y que cada cual tiene lo suyo, que me entiende pero que… No, mi amiga no me entiende. Mucho Sé tú, pero luego Todo es Por qué: por qué no sales de una vez, ya sé que es pronto pero empieza, inténtalo, tú no eres eso. Esto también soy yo, Marisa; esta parte de mí que tanto odiabas, Alberto. Va a resultar que os parecéis. ¿Sabe ella dónde estás? Dice que no, que no sabe aunque a ella no la hayas borrado de Facebook. A ella no. ¿Es verdad que no cuelgas fotos? ¿Tan discretito te has vuelto con lo que a ti te gusta un postureo?
El cinturón del gordo me gusta, parece una cuerda de esparto, y tiene los brazos fuertes. Que me monte en sus hombros, que me saque de este bar, que me lleve al mundo que empieza, que me plante en la glorieta de Quevedo, que me amarre por si pasas y quieres abrigo. ¿Sigues siendo tan friolero?, ¿qué otra cosa para compartir, amor? ¿Hace más frío este invierno o es solo que no estás? Llevo tu bufanda, rociada de ti, saco el móvil, Marisa no me deja, me lo arrebata. Es la primera vez que no te tengo para escribirte cuando no estoy contigo porque me acuerdo de ti mientras estoy con otros y bebo.
La niña colorea el periódico y come patatas. Ha muerto un artista pero ella no sabe que ha muerto ni que es extranjero ni para qué sirve un periódico. Colorea las noticias de muertes y migrantes. Su padre es el ruso que ahora pone chupitos, Putinka. Brindis de nuevo.
Marisa acomoda en su oreja sus rizos armados, los míos, estropajo nana, y me he venido con las pintas de arrancar palomas de la pared. Mi amiga, tan con su cara rosa, piel llena de luz, se acerca y me dice que qué majo es Sergio, el que me ha dado el chupito, ¿Sergio?, y brinda conmigo, con mi cerveza, más cerveza, otra vez, anímate, bombón. Sonrío con la boca rajada como ojo de chino, como tú en las últimas fotos. No insistas, Marisa, con lo majo que es… ¿Antonio? No necesito aprenderme un nombre para acostarme con un cuerpo.
—¿Entonces te gusta?
—Tengo una boda.
—No jodas. ¿De quién?
Mi amiga no está muy fina o es que yo llevo fatal últimamente todo lo claro.
—No voy a ir.
—Claro que vas a ir. Con esos tacones que te dije el otro día y con un vestido azul de terciopelo precioso y barato que hay al lado de tu calle, en el escaparate de…
—Para.
—¿De quién es?, ¿en el pueblo? ¿Quieres que te acompañe? Voy contigo, sin problema, de verdad, a mí me encantaría…
—Sí, ¿por qué no? Juntitas, de la mano, nos damos muchos besos, que piensen, ojalá, que mi novio me ha dejado porque me gustan, me chiflan, ¡me encantan las mujeres!, tú, porque soy lesbiana y amo a mi amiga.
—No, cariño, porque yo te toco mejor, más caliente. ¿Cómo fue? Y toco mejor tu guitarra y Albertito médico helado te pilló abierta en canal.
—No tiene gracia.
—Anda, cuéntame, cómo fue, no me lo has dicho. ¿Terminaste?, ¿te quedaste a gusto? ¿Te sigue escribiendo?
Mi amiga está borracha. Los amigos de mi amiga se acercan, más, a la vez, todos: el gordo, el guapo y Fermín el del diente.
Mi abrigo tiene trozos de patata. La miro, me mira, se asusta. No importa, pequeña, lo sacudo y se va, ¿ves?
—No te vayas, nos iremos pronto. Te acompaño. O que te acompañe…
Mi amiga está borracha y se le sale la cabeza.
—Huele fatal aquí.
—¿No serás tú, que te haces caquita?
Mi amiga está borracha y se le sale la cabeza señalando al guapo, al supuesto guapo, Antonio o Sergio, y no necesita altavoz. Antes de irme, le sugiero:
—Ponte gafas.
8
La calle está llena de manos cogidas. Pasan frío esas manos heladas que van, unidas, a la intemperie. En los bolsillos, en mis bolsillos se está mejor. Mucho mejor. Entro en la tienda, compro un Kit Kat. Cuando saco la cartera, rota, sigue rota, qué vergüenza, me doy cuenta de que no he pagado ni el Putinka de los cojones ni la cerveza rusa, pero ya estoy a la altura de Bilbao. Marisa me conoce y no pensará que lo he hecho adrede, aunque esté a dos velas. Ella me conoce pero no sus amigos ni el guapo que es guapo porque los otros son feos. Quería acompañarme, ha leído en mi frente: Mi hombre ha desaparecido, dame el tuyo, dame tu hombre, una mora de las que yo iba a coger con mi madre, con otra se quita, ¿no? Hojas de lija para los gusanos de seda que quieran volar. Adiós. Dos pasos y adiós, chocolate. Mierda, no le he preguntado a Marisa qué tal su día.
La pareja sale del Café Comercial. Él tiene cuerpo de llevar bajo el abrigo camisa de rayas verticales rojas. Pantalón clásico, zapatillas blancas relucientes, limpiadas por mamá o su criada. Camina con los pies abiertos: agujas de reloj que marcan en el suelo las diez y diez o las dos menos diez. Soy una disyuntiva tenaz. Mueve las manos mientras le habla y mira hacia delante y dice:
—¿Te enseño mi horario?, ¿sabes cuántas horas he tachado para estar aquí? Y mi jefe no está de humor, ¿sabes?
Ella no contesta.
—Y encima te quejas porque nos vamos y porque llegué cinco minutos tarde, ¿hay algo por lo que no te quejes?
Ella no contesta y lo mira.
—¿Sabes a qué hora me he tenido que levantar hoy para estar aquí lo antes posible, por ti? Nunca es suficiente, joder, chica.
Ella camina con los brazos cruzados y tiene pinta de llevar bajo el abrigo un tutú, le nace en el esternón. Lo protege. Veo el perfil de su cara cuando lo mira: todo el rato. Él, hacia delante, no titubea, pronuncia sacrificio y chica, nunca te cansas, chica, deberías de verlo. Es de los que dicen deberías de y se cree maestro, usa las manos exageradamente y es bajo, como buen dictadorcito.
No saben que voy detrás con mis greñas y mi rostro, un dolor de cuello acorde a mi postura de flexo y puede que algún cacho de Kit Kat, que no ha servido para nada, colgando del bigote. No me depilo desde hace un mes.
Manuela Malasaña, pasamos por el teatro.
Ella lleva tacones pero sin tacones también sería alta. Va, con una cola, alta. Ella se peina, no sé si para él o si ha sido de peinarse desde que su madre la enseñó. Suena su teléfono, en el bolso pero no lo coge. Sigue mirándolo.
Él, chica, mueve las manos, chica, hacia adelante, camina con sus pies marmóreos tan abiertos a la gente, tan cerrados para ella, mira al móvil, que también ha sonado y él sí ha cogido, carcajada:
—Es el mamón de Alberto.
(Siempre pensé que eras típico, tan común hasta en el nombre).
—Que nos espera mañana para cenar en el garito, ¿vas a querer ir o no?
Ella quisiera que la pregunta hubiese sido ¿Vamos? Ella irá y hablará con las novias de los amigos del de la camisa de rayas verticales rojas, o con uno que esté en la puerta cuando vaya a fumar, un gay que le diga Qué harta estoy de trabajar, maricón, yo iba para artista; y que lo bueno se comparte, que su novio está tremendo, pijo pero que da igual, porque tiene que hacerlo de muerte, porque bajito ya se sabe. Ella sonreirá fino entre calada y calada y en el millón de fotos que hará dentro su novio y los amigos de su novio y las novias de los amigos de su novio para Instagram, de estas de repetir mucho un gesto imbécil, un brindis comunitario sin motivo único.
Ella quiere brindar con él en una casa juntos, llegar juntos, hacerlo despacio juntos, que dure el querer juntos, que no le pregunte cuánto queda para poder correrse ya. Él estará borracho, uno rapidito, dejémonos de poesía, o ninguno o quizá mañana, nunca, cuando ya sea tarde y el calendario apremie, y no haya nunca promesa cumplida de mejor. Qué pronto se ha pasado la noche contigo, preciosa, él sin enterarse; qué poco hemos hablado para que se haga de día, amor, ella. Cuántas frases sin construir para el hogar.
Continúan por San Bernardo hacia Gran Vía, yo tuerzo por Espíritu Santo, la cuesta enorme, el portal de la muerte de Urquijo, la plaza. La china se compadece y no me cierra en la nariz. Huele a plátanos maduros. Compro una palmera gigante de chocolate, la abro antes de pagar y salir. Muerdo. Ella estira aún más sus ojos, y su boca, rajas. Huele, huelo a plátanos podridos. El olor se ha venido conmigo hasta nuestro portal. Alguien corre calle abajo, ha salido del bloque como si llevara la bala del fin del mundo. Se le ha caído, se le ha debido de caer. Es suya, seguro. Azul, tu color, marino. Ya va por la esquina, no estoy para voces. Me la quedo. Entro en casa.
9
La cartera es de tu color favorito y tiene una cinta plateada para abrir, setenta euros, todos los carnés y la tarjeta del banco, la foto, su DNI. No sé si esta cara le pega a la espalda que he visto correr. Tal vez no es suya. ¿La habrá robado?, ¿a alguien del bloque?, ¿al marido de una mujer del primero con la que se haya acostado? ¿Será de otro de antes? ¿Por qué corría? Cartera a la butaca, con todos los documentos desperdigados, haciendo juego con la publicidad y la casa desastre. Voy a la cocina, en la basura los pájaros que arranqué, tiro el envoltorio de la palmera de chocolate, mi árbol favorito, tus bromas estúpidas.
Abro el queso de bola. Todo es por la regla que no me viene y no sé a qué espera. Que me acompañe al menos la sangre. Tú llevabas esas cuentas para no tocarme tampoco. ¡Uh! Muerdo. Bocado. Zampo hasta dormirme en el suelo.
A media noche corro al váter. Vomito, sin mano en la frente sin mano debajo. Alcohol, comidas, los brindis, mordiscos, mirarte; preguntas con sabor, jugar al enfado; reconciliación infinita, llegar a casa siempre. Todo es una droga. No se va. Miro al váter y sigues. Veo la gota de agua caer por tu pecho, baja, se queda en tus huesos marcados de la uve de Adonis, idiota presumido. Veo que me ves, estás, que me miras con tu boca. Agrandas el lunar, me acerco a tu saliva. Te encanta provocarme, y a ti seguirme. Veo tu yo grande tras la toalla, baja, baja, pelirroja, baja. Que no estás ni tu carne, me digo. Veo la madrugada en todos los malditos relojes que compraste: digitales en la pared de la habitación y el tic tac en la cocina, en el salón, en mi cabeza. Todo es una droga, tabaco. No, te escribo. Te escribo CÓMO ESTÁS. Ruido en la calle. Yo aquí. Cojo la guitarra, la abrazo, la huelo, me desnudo. Madera.
Las palomas son peces valientes
Verano. Mamá huele a limón y lleva un vestido de tréboles de cuatro hojas. Yo huelo a pan, traigo una barra de pan en la mochila. El pan es barato y no mancha. Nos sentamos. Un pellizco para mí, otro para ella y todas las migajas a nuestros pies. Un viejo se acerca y dice que son ratas con alas, está loco, no sabe. No sabe que las palomas son peces valientes, aletearon mucho para salirse del mar y venirse al parque con nosotras.
SINOPSIS
Lucía es actriz pero no consigue el papel que desea ni ganarse la vida con ello. Trabaja en un bar de comida rápida. Su novio, Alberto, con quien vivía, la ha dejado tras encontrarla en casa con otro. Alberto es médico y se conocieron en el Pepe Botella, café donde trabajaba ella antes. También allí conoció a su amiga Marisa, escritora que la invita a salir, desahogarse, superarlo y centrarse en ella y en su deseo profesional, por el que llegó a Madrid. No será fácil. Es una novela de relaciones y libertad, de amor, amigos, de familia, sueños y sacrificios. Debajo de esta trama está la historia de los padres de Lucía.
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