LAS SEGUNDAS VIDAS

LAS SEGUNDAS VIDAS

Ana Cañadas

29/04/2018

Eva miró a lado y lado de la calle para comprobar que ningún conocido pudiera verla entrar en aquella tienda de ropa usada. Fue un acto reflejo, porque haciendo un rápido repaso mental a su lista de contactos, estaba casi segura de que ninguno de ellos sería capaz de bajar hasta aquel barrio. Además, si alguien la veía siempre podría decir que necesitaba ambientarse para su próxima obra.

Eva pintaba. Decía que pintaba, aunque sabía perfectamente que nunca había pasado de hacer unas cuantas copias malas. Le gustaba Matisse, por sus colores y presumía con cierta ironía de compartir con él su falta de perspectiva. Estudió Bellas Artes, por estudiar algo y por un cierto apego a algunos bohemios ilustres y aunque hubo algún momento en el pensó que sería posible dedicarse de una manera más o menos seria, hacia ya mucho tiempo que había desistido de convertirse en artista. Fue una buena estudiante, casi brillante. Manejaba las técnicas con bastante maestría y todos sus conocidos elogiaban sus obras, pero como ella decía, para pintar con alma primero hay que vivir.

Eva decidió vivir y en su afán de hacerlo, se olvidó de pintarlo. Aunque vivir tampoco le salió demasiado bien y cumplida la madurez se conformó en ir sólo sobreviviendo en un pequeño Atelier que le montó Álvaro en la parte alta de la ciudad, para por lo menos, poder mancharse de vez en cuando la bata. Allí se dedicaba básicamente a enseñar las técnicas pictóricas más esenciales, a un puñado de niños, no demasiado apasionados a los que les quedaba algún agujero por rellenar en el calendario de extraescolares.

No sabría precisar en qué momento empezó su juego, seguramente lo podría situar, cuando Álvaro dejó de mirarla. Él era la última carta que le quedaba, había apostado el resto a su relación, y lo había perdido. Álvaro fue desapareciendo de su vida despacio, un fragmento imperceptible cada día. Primero fueron sus ausencias justificadas, exceso de trabajo, reuniones a deshoras, salidas con los compañeros los fines de semana. Después siguieron sus presencias ausentes, estas eran las que peor soportaba. No estaba en la cama cuando Eva se acostaba o ya no estaba allí cuando ella se despertaba y cada noche él construía un muro térmico que impedía el intercambio de temperaturas entre sus cuerpos. Ni siquiera la habitación conservaba ya ni una pizca de su olor. Aun así, Eva se empeñaba en mantener esa situación, estaba segura que no sabía vivir sin él y le horrorizaba la idea de tener que comprobarlo.

La primera vez fue por casualidad, como suelen suceder muchas de las cosas importantes. Eva fue a entregar un encargo para la inauguración del nuevo acuario de la ciudad,unas láminas de peces pintadas al agua, de las que se sentía bastante orgullosa. El trabajo no era para ella, se lo había pasado su amiga Alexia, la única compañera de la facultad con la que seguía manteniendo relación y que estaba hasta arriba de encargos según decía, pero ella sabía que era una concesión que su amiga le hacía de vez en cuando, para mantener con vida su abandonado espíritu artístico.

Aquel día decidió vestirse de una forma diferente, quería parecer bohemia, desenfadada. Sus conjuntos clásicos y aburridos no le parecían muy coherentes con el estilo colorista y un poco naif de la colección de láminas que había pintado plagiando el estilo de Alexia. Si podía copiar su forma de pintar, porque no iba a poder hacerlo con su personalidad, al fin y al cabo era una especialista en el arte de la simulación.

Rescató del fondo de su armario y de su historia, una falda de piel negra que le quedaba demasiado ajustada, la cubrió con un jersey azul eléctrico de Álvaro que le iba demasiado grande, se ciñó una corbata de seda en tonos ocres a modo de cinturón y se calzó unas botas altas, por encima de la rodilla que no se había atrevido aun a estrenar, porque le parecían demasiado ordinarias. El resultado recordaba a una pretty woman que aun no había pasado por Sunset Boulevard. A Eva le pareció que había acertado en la combinación.

Se sentía tan a gusto en la piel de tela que se había fabricado, que después de la entrega, decidió alargarle un poco más la vida dando un paseo por aquel barrio que parecía hecho a medida de su personaje. La Barceloneta irradiaba vitalidad a pesar de las nubes oscuras que amenazaban con cubrir la ciudad en pocos minutos. Las prendas que ondeaban en los tendederos a modo de estandarte, libraban una inofensiva batalla contra el gris del cielo, hasta que como resultado de la lucha cromática, se impuso el poder del color y se abrió un gran claro que permitió bañar de sol las orgullosas calles.

Eva se sentó a celebrar ese triunfo, que sentia como un poco propio también, en una terraza del café del mercado y exagerando un rescatado acento francés, pidió un Pastís. Siempre había creido que era un gran invento esa bebida, se podía alargar la duración a fuerza añadir agua y a la vez se rebajaba el contenido de alcohol en el vaso a medida que aumentaba el nivel en sangre, le pareció muy equilibrado el sistema.

En aquella plaza en la que todo le era ajeno, Eva se sentía extrañamente cómoda, aligerada de un peso que no sabía determinar. Hacía ya un rato que el señor sentado en la mesa vecina la observaba con un descaro que a ella no le molestaba. Eva lo miraba también, con disimulo al principio, pero contagiada de su natural desfachatez pasados unos minutos, cuando ya su vaso contenía más agua que Pastís. Estaba disfrutando del entretenimiento, aunque no sabía a dónde le llevaría el improvisado juego. Pero aquella plaza libertadora, la infundió de un espíritu nuevo y cómo en uno de sus sueños, en los que ella era perfectamente consciente que estaba soñando y ninguno de sus actos le iba a pasar cuentas una vez despierta, se lanzó a fingir que era ella misma. Una Eva desconocida en estado puro.

-Hola ¿por qué me miras tanto? – le soltó ella a bocajarro.

-Me gusta mirarte, ¿te molesta?

-No, en realidad me gusta que me mires, pero me ha llamado la atención que lo hagas con tan poco disimulo.

-Tú también lo has hecho conmigo, te podría acusar de lo mismo.

– Es cierto, no es mi estilo, pero hoy me siento con licencia para todo.

-Pues me gusta tu “no estilo”, y celebro haberte encontrado hoy ¿me permites sentarme a tu lado?

– Claro, siéntate.

-Perdona, me llamo Alejandro, un placer conocerte y quiero que sepas que no es solo una frase hecha, hace rato que estoy disfrutando de tu presencia.

– Yo me llamo Susana- dijo Eva clavando sus ojos oscuros en los de su recién estrenado desconocido.

-Me encanta tu nombre, yo no lo podría haber escogido mejor, Su…sa…na suena a su…su…rro, parece estar hecho para decírtelo al oído. ¿Me dejas hacerlo?

– ¿Vas a pedir permiso para todo? ¡Arriésgate! Yo lo estoy haciendo.

– Susana, Susana, Susana. No sé de dónde has salido, pero te pareces a uno de mis mejores sueños.

– Pues a lo mejor no te equivocas, a mí ya me parece bien, los sueños no comprometen a nada, todo está permitido, porque se desvanecen en cuanto te despiertas.

– ¿Quieres que soñemos juntos hoy Susana?

– Si que quiero, pero yo solo puedo soñar hasta las siete.

Después de tres años repitiendo todos los segundos martes de cada mes, aquel ritual, Eva no había perdido ni una pizca de entusiasmo y una vez más se vistió para la ocasión, eligiendo cuidadosamente las prendas, que según ella, podían ser determinantes para el desarrollo de su pequeña aventura de bolsillo. Había escogido ese día una blusa rosa pálido, muy vaporosa y sofisticada que Álvaro seguramente le había regalado en algunas navidades, y que sólo se había puesto un par de veces. Unos vaqueros negros y gastados de Helena, su hija, y las botas de cuando le dio por aprender a bailar country, completaban su ecléctico atuendo. Se encontró perfecta para salir a viajar por la ciudad, como a ella le gustaba llamar a esas excursiones. Atravesó con paso firme, la frontera de la plaza Catalunya y se dejó arrastrar por la corriente humana que descendía ramblas abajo. Al pasar delante de las lunas de los escaparates, no podía evitar mirarse de reojo para sorprenderse con placer de no reconocerse. Ese era el objetivo, disfrazarse y pasar unas horas jugando a ser otra, con eso iba tirando.

Segundas vidas.

El nombre de aquella tienda parecía creado a propósito para ella, al leerlo, un mordisco le contrajo el abdomen, ¿cómo no se le había ocurrido antes? si eso era precisamente lo que perseguía, esa era exactamente su idea, una segunda vida. Las ropas allí expuestas habían tenido una vida anterior, habían albergado otros cuerpos, se habían perfumado con otras fragancias, habían recibido caricias, abrazos, seguramente hasta se podría encontrar alguna lágrima perdida entre las fibras de algún hombro. Todas aquellas experiencias condensadas despertaban su singular apetito, y no pudo resistirse a entrar. Lo hizo de una forma casi religiosa, como una devota entrando por primera vez a un gran templo. Una fantasmal colección de vestidos de novia colgando del techo en un siniestro cortejo nupcial le dio la bienvenida.

La dependienta, apareció detrás de una montaña de cajas, y preguntó con amabilidad.

-¿Le puedo ayudar en algo?

-Bueno, de momento sólo estoy mirando, es la primera vez que entro y estoy bastante impresionada.

-Si quiere le explico cómo funciona, todas estas prendas que están aquí – dijo señalando varios colgadores metálicos- se venden a peso, un kilo, catorce euros, y las piezas sueltas que están en las paredes, tienen cada una su precio. Cualquier cosa, me dice, yo estoy por aquí ordenando estas que me acaban de llegar.

Eva recorrió los pasillos de la tienda, intentando descifrar el código que habían seguido para clasificar la ropa. Había varias chicas, que se movían con soltura y enseguida formaban una pila que pesaban en la balanza y añadían o quitaban alguna prenda para redondear el kilo. Todos los esquemas aprendidos en los establecimientos de prestigiosas marcas no le servían. Allí no esperaba encontrar ni últimas tendencias, ni grandes diseñadores, aunque no podía negar que aquellas piezas tenían más de únicas, que cualquiera de las que ella podía obtener en sus locales habituales. Parecía que estaban ordenadas por categorías; blusas, faldas, vestidos, chalecos, camisas, chaquetas, pantalones… las infinitas combinaciones le provocaban un agradable mareo. Ya se veía a sí misma viviendo las experiencias prendidas en algunas de ellas, pero sólo cuando la dependienta sacó un abrigo de astracán de una de las cajas que desembalaba, tuvo Eva la certeza de que era aquella, la prenda que se iba a llevar.

-Perdona ¿me lo puedo probar?

– Umm, si pero es que estas aun no están revisadas.

-¿Qué quieres decir?

– Bueno, que antes de ponerlas a la venta, siempre miramos que estén correctas, que vengan limpias, que no le falten botones, aunque este, parece que está perfecto, pruébeselo y cualquier cosa me dice…

Eva se llevó el abrigo a uno de los probadores, se lo podía haber probado allí mismo, pero le parecía un acto demasiado íntimo para hacerlo a la vista de los demás, creía que todo el mundo la miraba, que sería evidente que sus motivos iban más allá de vestirse por poco dinero. Se sentía una intrusa en aquel lugar, cómo si su cuenta corriente no legitimara su presencia allí.

Le llamaba la atención que una pieza como aquella que era de autentica piel y en perfecto estado, hubiera ido a parar allí y se alegró de estar en el sitio apropiado para poder rescatarla.

Cuando se vio en el espejo con el abrigo puesto, no pudo evitar restregarse como un felino dentro de él, la imagen reflejada se parecía mucho a aquellas viejas fotos de divas italianas que coleccionaba su madre y que ella trataba de imitar cuando jugaba a ser mayor. Siempre le habían fascinado aquellas mujeres imponentes, de oscuros ojos, de andares majestuosos, envueltas en algún misterio que las hacia irresistiblemente atractivas. Se miró altivamente y alzó el cuello del abrigo para notar el roce de la piel en sus mejillas, metió las manos en los bolsillos en un gesto natural, de coquetería rancia, mientras probaba posturas teatrales y no se sorprendió al notar que hacía rato que jugaba con un papel que se le enredaba en los dedos. Instintivamente lo arrugó para tirarlo a la papelera, aunque la curiosidad la obligo a echar un vistazo antes de lanzarlo. Era una nota de caja del Café Madrid, en Valencia. En el reverso, un inquietante mensaje la perturbo, a la vez que sembró en su imaginación un puñado de disparatadas ideas para completar la historia de aquel abrigo. Guardó el papel en su cartera, sin doblarlo, para no desdibujar ni una sola de las letras impresas, que a Eva le parecieron hechas con estilográfica.

Pago con gusto el precio que la dependienta le indicó, sin el regateo que había estado ensayando, desde que intuyó que la chica, iba a sobrevalorar la prenda y sacarle provecho al capricho de una pija estrafalaria. Estaba ansiosa por sentarse tranquilamente y analizar aquellas palabras escritas, con toda la fascinación que le despertaban.

Quería encontrar un buen sitio, no uno de aquellos bares atestados de turistas, y diseñados por algún interiorista de la nueva escuela, que iban a deslucir el momento culminante de su fantástica tarde. Remontó las Ramblas, arrastrando la bolsa con su flamante abrigo viejo de astracán y al llegar a la confluencia con la calle de Santa Ana, decidió parar un taxi que la sacara de allí y poder disfrutar de su hallazgo en territorio amigo.

En un semáforo ya muy cerca de la Diagonal, indicó al taxista que parara, acababa de descubrir el local adecuado para hacer la segunda lectura del mensaje. Al entrar ya vio que el escenario era perfecto, como a ella le gustaban.

Un viejo café con aire de exquisita decadencia, grandes ventanales, altos techos de los que colgaban enormes lámparas de cristal, mesas y sillas de maderas nobles sobre un magnifico suelo de mármol. La impresionante mesa de billar presidia el centro y un personal variopinto pero ceremonioso formaban un conjunto digno de ser plasmado en un buen cuadro. Casi le causó rabia no haber estado nunca allí, y no descartó la idea de volver algún día con sus trastos. Le parecía que en sitios así las historias se pintan solas.

Se acomodó en uno de los sillones tapizados que había en la esquina más apartada de las ventanas, para no caer en distracciones a las que siempre estaba dispuesta y esperó al camarero mientras contemplaba aquel lugar tan ideal.

El Pastís ya se había convertido en su bebida oficial y cuando se lo trajeron a la mesa, aun se recreó durante unos instantes en su preparación mientras el mensaje le quemaba en la cartera. Le gustaba observar como aquellos dos líquidos totalmente transparentes, inofensivo uno, pernicioso el otro, al combinarse, se convertían instantáneamente en una solución turbia, inseparable, de gusto anisado y con un contenido alcohólico tolerable.

Dio el primer sorbo y relamiéndose los labios, sacó con parsimonia el papel de la cartera para extenderlo sobre la mesa.

Ríndete a mí Susana. Te voy a esperar en esta mesa. Pero no tienes la eternidad. Solo te voy a dar ciento veintiocho días.

Eva sin ser consciente de que ya estaba calculando el tiempo que quedaba para la cita, volteó el papel para ver la fecha en la que estaba emitido el ticket de caja.

CAFÉ MADRID

Calle Abadia de San Martin, 10, Valencia

NifL-07283997 telf 963 91 73 36

Mesa 1422/02/201717:47

1 café…………….1,35€

1 agua……………1,80€

1 bebida import….8,00€

TOTAL iva incluido..11,15€

Factura simplificada 1/0573209

El nombre de Susana escrito en la nota, la trasladó fugazmente a su primera aventura, con Alejandro, el hombre que le susurraba al oído y del que le quedaba un dulce recuerdo y se sintió eufórica pensando como a veces las vidas, parecen estar escritas por algún novelista aficionado a las casualidades.

Guardó cuidadosamente su mensaje entre las hojas de la libreta casi por estrenar que llevaba en el bolso. Hacía años que escribia las historietas de sus martes secretos. De momento había más literatura fantástica, que verdaderas aventuras. Pero aquel mensaje lo cambiaba todo, tenía el presentimiento que podía ser el principio de algo real, aunque aun no sabía muy bien que iba a hacer con él.

Llegó a su casa agotada pero bastante excitada por todo lo experimentado aquella tarde. Ahora debía esconder el abrigo, estaba convencida que Álvaro, no iba a reparar en él, ni siquiera si se lo dejaba puesto para meterse en la cama, pero sabía que si Helena lo veía, ella sí tenía un buen inventario mental de su armario. No pudo resistir volvérselo a poner, y en un acto cándidamente perverso se desnudó, para que así, toda su piel se impregnara de la esencia de aquella prenda ajena que ya le pertenecía.

Eva al desnudo, se susurró a sí misma en el espejo del vestidor y al hacerlo un agudo pinchazo en la base de su espalda, rompió la magia del momento. En un rápido movimiento defensivo, se deshizo del abrigo para poder ver el origen del aguijonazo y vio en el reflejo dorsal, un pequeño punto de sangre brillante, justo encima de su nalga derecha. En esa posición, no pudo evitar contemplar el conjunto de la escena, y descubrió un gran cuadro al estilo Lautrec. Una dama madura, solo vestida con unas botas de cowboy, mirando su trasero en el espejo, mientras una minúscula gota de sangre brota al lado del hoyuelo derecho que se forma al final de su espalda, a sus pies yace un abrigo negro de piel. Guardó en su memoria, junto a muchas otras, aquella imagen, para pintarla algún día y recogió el abrigo del suelo para buscar la causa del pinchazo. Un alfiler sujetaba en su interior, una pequeña nota de tintorería que ella no había visto al probárselo en la tienda.

Eva cogió la nota y buscó la información para ir armando la historia de la propietaria. De momento sabía que se llamaba Susana, que tenía su talla, que había estado en Valencia, el día veintidós de febrero de ese mismo año, tomando un café o un Whisky, con un señor o señora que la iba a esperar, no más de ciento veintiocho días, en la mesa catorce, que llevaba puesto un abrigo de astracán, que lo había llevado a limpiar el once de marzo a una tintorería de Barcelona, que extrañamente después de limpiarlo, aun conservaba en su bolsillo un ticket de caja, que la persona de Valencia le pedía rendición, que era nueve de mayo, que quedaban cincuenta y un días para que se cumpliera el plazo. Que ella deseaba llamarse Susana.

Eva estaba pletórica, pidió sushi a su japonés preferido y mientras llegaba el encargo, puso la mesa para tres, estrenando la vajilla que había comprado en una tienda muy elegante que habían abierto en el barrio y puso a enfriar una de las mejores botellas de cava que guardaba en la bodega mientras esperaba que los japoneses nunca descubrieran ese maridaje, no quería pagar el cava a precio de atún rojo.

Al final cenó sola, Álvaro llamó diciendo que tenía un compromiso con unos clientes y Helena ni siquiera avisó. Se acomodó en el sofá con el sushi, que se comió directamente de la bandeja de plástico, su libreta de notas, que por fin iba a albergar algo importante y la botella de cava. Cuando ya no quedaba ni una gota, miró satisfecha el esquema con ilustraciones que había elaborado con toda la información que tenía sobre Susana. Retiró tranquilamente la mesa y volvió a guardar la vajilla aun impecable en la vitrina. Se fue a dormir con el convencimiento que había sido uno de los mejores días que recordaba.

Al despertar escuchó el agua correr en el baño, Álvaro ya se estaba duchando, no lo había oído llegar, aunque tampoco podría asegurar que hubiera dormido allí, estiró la mano y comprobó que el lado izquierdo de la cama estaba frio. Como muchas mañanas, en un gesto automático, se revolcó enérgicamente por los doscientos centímetros de lecho, para que Luisa, la asistenta, no tuviera que hacer una cama deshecha a medias.

El vaso de agua intacto en la mesita le recordó que había olvidado tomarse el inductor del sueño, que es como ahora llamaba a los somníferos que hacía años que consumía.

-¿Te queda mucho Álvaro? – dijo asomando la cabeza por el cristal de la cabina de ducha.

– ¡Me has asustado Eva! – exclamó Álvaro visiblemente sobresaltado.-acabo en cinco minutos.

– Perdona, pensaba que me habías oído entrar, ya te espero, no hay prisa.

-¿Pero te vas a quedar ahí mirándome hasta que termine?

– ¿Te molesta? Es que hace mucho tiempo que no te veo desnudo y la verdad es que da gusto verte, sigues teniendo un cuerpo muy bello.

– Pues la verdad, me intimida un poco que me mires de esa forma, me haces sentir un poco objeto- dijo Álvaro intentando esbozar una sonrisa picará que ella no se creyó.

– Creo que lo podrás soportar y así me voy ambientando, que esta tarde tengo el grupo de jubiladas y vamos a practicar los desnudos.-mintió Eva.

– ¿Y se puede saber que haces tan temprano levantada? que yo sepa hasta por lo menos las diez no resucitas de tu coma nocturno.-dijo Álvaro saliendo de la ducha mientras se tapaba pudorosamente con la toalla.

-Tengo muchas cosas que hacer esta mañana, estoy empezando a trabajar en un nuevo proyecto. Voy a empezar una serie dedicada a los cafés vintage. –improvisó Eva más para sí misma que para su marido que ya se embadurnaba de crema hidratante.- Me temo que voy a estar muy ocupada durante algún tiempo.

-Me gusta verte contenta, hacía tiempo que no te veía tan entusiasmada. Aunque espero que este lo acabes, tenemos el altillo lleno de proyectos que nunca terminas.

– No sé como lo haces Álvaro, si intentas desanimarme, esta vez no lo vas a conseguir.

– No mujer, en serio estoy feliz de verte así, cuenta conmigo para darte todos los ánimos que necesites, bueno, ánimos y financiación que ya sabemos que el arte es caro.

-No seas fanfarrón, que yo tengo mi propio taller y soy capaz de asumir mis gastos sin necesidad de tu dinero.

– Claro que si Eva, no me hagas caso y no renuncies a tus sueños. Besos cariño, desayunaré fuera, ya voy tarde.

Eva cantó en la ducha una canción de la que no se sabía la letra, abrió tanto la boca que se le llenó del agua tibia que Álvaro había ajustado, treinta y nueve grados, ni uno más, ni uno menos . Dejó que el pelo se le secara al aire, mientras se comía doble ración de tostadas con jamón y queso en la terraza soleada. Se vistió deprisa, sin perder tiempo en combinar ninguno de sus conjuntos, se colgó un viejo bolso en bandolera y metió su libreta de las notas importantes dentro. Se dio un rápido vistazo antes de salir por la puerta y se encontró bastante rejuvenecida, a pesar de no haberse puesto el corrector de ojeras.

En la calle dudo unos instantes sobre que iba a hacer primero, si pasar por la tintorería Priego, o bajar a la tienda de las segundas vidas a ver si podía obtener alguna información que le sirviera para empezar a hilvanar aquella historia.

Le dio al taxista la dirección de la tintorería, pasaría por allí a ver qué aspecto tenía, y ya decidiría sobre la marcha. Una vez en la puerta, comprobó que no era un sitio donde simplemente limpiaran ropa, si no toda una peletería con bastante solera y estilo. Peleteros desde 1924.

Eva entró a aquella tienda con desenvoltura, y a pesar de no llevar encima ninguna de las marcas externas que confirmaran su clase, la encargada la recibió como si de una de sus mejores clientes se tratara.

-Buenos días, mi nombre es Irene, si me permite ayudarla…-dijo casi haciendo una reverencia que incomodó a Eva.

– En realidad no venia buscando nada en concreto, sé que ya estamos fuera de temporada, pero marcho al norte en unos días y me apetecía estrenar algo.-improvisó sin demasiado esfuerzo

– Viene en el momento perfecto, tenemos algunas piezas ya disponibles de la nueva temporada y son divinas. ¿Alguna preferencia? ¿O me deja que le aconseje?

-No venía con ninguna idea fija, pero ahora que lo dice, hace tiempo que tengo ganas de tener una pieza de astracán.

– Ideal, tenemos unos diseños nuevos en marengo que son perfectos para usted. Acompáñeme al vestidor por favor y se los muestro.

– Lo preferiría negro y me gusta el corte clásico.

Eva no estaba muy segura de lo que estaba haciendo allí ni que estaba buscando, si es que buscaba algo, pero lo que si percibía es que se sentía extraordinariamente bien y tampoco tenía nada mejor que hacer.

La chica, desapareció por una de las puertas que daban al amplio vestidor y volvió minutos después con un perchero deruedas del que colgaban varios abrigos.

Eva Dio un repaso rápido a las piezas y se quedó estupefacta al ver que había un abrigo idéntico al que ella había comprado el día anterior en la tienda de segunda mano. Se despidió amablemente de la dependienta diciendo que le habían encantado los modelos pero lo iba a pensar un poco y salió preguntándose el motivo por el que una pieza de aquella categoría había terminado amontonada en una caja de cartón junto a otras prendas de mercadillo.

La chica de las segundas vidas arrugó el ceño cuando la vio aparecer de nuevo, posiblemente imaginaba que iba a recibir alguna reclamación y la esperaba en modo defensivo.

Eva la saludó con familiaridad mostrando una tranquilizadora sonrisa que desdibujó el gesto de la dependienta.

-Hola, ayer vi una blusa preciosa y al final no me la llevé, vengo a dar una mirada a ver si la encuentro.

– Si me dices como es, puedo ayudarte, me sé de memoria todo lo que hay en la tienda. –Dijo la dependienta muy animada.

-Pues la debes tener muy buena, hay tanta ropa aquí, yo no podría…ni siquiera sé lo que hay en mi armario.

– Si, la verdad es que tengo una memoria fotográfica, tú ayer llevabas una blusa rosa muy bonita, te combinaba muy bien con el abrigo de astracán, estabas muy elegante.

– ¡Oh!, muchas gracias ¿ves como tienes un don? Eres observadora, detallista y tienes mucho gusto, los maniquís del escaparate los vistes tu ¿verdad?

– Sí, los suelo cambiar casi a diario, así los que pasan todos los días delante del escaparate no se aburren, me gusta tener a mis chicas siempre a la última.

– Se nota que te gusta tu trabajo, ¿hace mucho que estás aquí?

– Pues va a hacer ya un par de años, estoy desde el principio, ¡la inauguré yo!

– ¡ah¡ entonces ¿es tuya la tienda?

– Huy no, qué más quisiera, me contrataron para la apertura, los dueños tienen bastantes y esta es la segunda que abren en Barcelona.

– ¿Sabes? Tengo mucha curiosidad por saber de dónde sale la ropa que vendéis aquí, estoy escribiendo una historia y esta tienda me inspira mucho. –inventó Eva.

– ¿En serio? ¡Sabía que eras escritora! En cuando te vi entrar me fije enla forma en que lo mirabas todo, como tocabas la ropa…yo también escribo ¿sabes?…poesía y bueno no es que lo haga muy bien pero me gusta mucho.

– Pues mira, yo también intuía que eras una artista, la sensibilidad no se puede ocultar y a ti se te ve enseguida.

-Eres muy amable, ¿te ayudo a buscar la blusa que decías? Dime como era.

-Uhm… era negra, transparente y llevaba unos bordados creo.

– ¿Con bordados? No me suena ninguna, ¿puede que fueran unos topos de terciopelo negro?

– Ah sí, ahora que lo dices eran topos.

-Lástima, se la llevo una chica a última hora. Pero podemos buscar alguna negra y de tu estilo.

-Vale, me pongo en tus manos. ¿Sabes? Me encanta el abrigo que me llevé ayer, una suerte haberlo encontrado, seguramente si no llego a estar en el momento oportuno se lo hubiera llevado alguien y me pasa como con la blusa de topos.

-Yo creo que ese abrigo estaba destinado a ti, seguro que le das una buena segunda vida, además la blusa no era de tu talla.

-Sí, es fascinante eso de que la ropa ya haya vivido una vida anterior, yo creo que de alguna forma algo siempre se traspasa, ¿no te parece? Por eso me interesaba saber de quién podría ser el abrigo que compré.

– Huy eso si que no te lo puedo decir, hemos firmado un pacto de silencio, como con los órganos trasplantados o las adopciones.

– ¿En serio? Me dejas helada.

– No mujer, era una broma, no te lo puedo decir porque no lo sé, yo no me encargo de las compras, a mi me llega todo en cajas, como las que viste ayer. Mira, esta es ideal para ti, ¿te la quieres probar?- Dijo balanceando una blusa azul marino que había sacado como una maga de entre unos estampados horribles.

– Sí que me gusta, si, has acertado conmigo, me voy a fiar de ti y me la llevo sin probar, se me ha hecho un poco tarde ya, pero seguramente volveré pronto.

– Esta vale quince euros, pero te la marco como si fuera un quilo y te cobro solo catorce y cuando escribas la historia sobre la tienda, no olvides hacer un buen retrato de mí.

– ¡Oh! muchas gracias eres un amor, por cierto, no sé tu nombre…Yo me llamo Susana –dijo Eva con una intención que aun no entendía.

– Yo soy Esther. Encantada.

Eva salió de la tienda sonriendo por el simbólico descuento que le había hecho aquella adorable chiquita, pero sin tener ninguna idea de hacia adonde avanzar.

De camino al Atelier paró a comprar unos cuantos oleos, quizá era cierto que iba a empezar una serie nueva, porque estaban brotando en su cabeza un amasijo de imágenes que, o convertía en esbozos o amenazaban con provocarle una seria confusión mental. Se encerró el resto de la mañana en el taller, montó tres bastidores de tamaño medio, tampoco iba a disponer de demasiado tiempo para obras muy grandes y con una agilidad que la pilló por sorpresa, trazó a lápiz, con líneas muy finas, casi sin levantar la punta de la tela; la fachada de la tienda de las segundas vidas, con sus trajes de novia con los brazos extendidos hacia ella, invitándola a entrar. Una mujer, tras un gran ventanal, delante de un Pastís, leyendo unas palabras, rends toi, mientras juega con un mechón de pelo entre sus dedos. Una mujer, reflejada en un espejo con un abrigo negro a sus pies, una gota roja en su nalga y una nota prendida en el abrigo, Priego11/03 bcn.

Después de tres horas cortas de frenético trasiego, le entró un hambre voraz, y acudió a su memoria un apetito adolescente en forma de bocadillo de atún con aceitunas, que devoró con absoluta devoción junto con dos cañas de presión en el bar de la esquina. Una gota de aceite le resbaló por los labios hasta la barbilla y la dejó estrellarse a cámara lenta contra su bata, justo al lado de algunos trazos de grafito que habían salido disparados de su desenfrenada actividad. Eva contemplaba el resultado mientras engullía el último bocado del imprevisto manjar y creyó ver en aquella forma de arte accidental a la Madonna de Munch. Cuando salió de su particular trance creativo vio a través del cristal del bar a su grupito de alumnos de las cuatro treinta esperando en la puerta del taller.

SINOPSIS

Eva es una mujer de cuarenta y seis años, soñadora y bohemia, casada con Álvaro, un ejecutivo de éxito. Estudió bellas Artes y aunque fue una buena estudiante, se siente frustrada en sus expectativas de ser una buena pintora. Su marido, como regalo de su decimo aniversario de boda, le montó un taller en la zona alta de Barcelona, donde Eva se entretiene dando clases a niños con necesidad de cubrir huecos en su agenda de extraescolares y a algún grupito de señoras aburridas.

De sus tiempos de estudiante conserva únicamente el contacto con Alexia, una compañera con la que se entiende bastante y de vez en cuando le pasa algún encargo que la mantiene unida al mundo creativo.

Tiene una hija de veintidós años, Helena, caprichosa y malcriada que la trata con crueldad, porque considera que le falta estilo y ambición. Su padre es su gran referente de éxito, aunque ella sin ser consciente, ha heredado el carácter irreflexivo y visceral de su madre.

Un día en el que Eva acude a entregar unas láminas que le han encargado a Alexia, pero ha pintado ella, se le ocurre suplantarla y amparada por la personalidad prestada de su amiga, vivirá una situación con un desconocido que le resultará altamente excitante. A partir de ese momento decide regalarse una tarde todos los segundos martes de cada mes y se lanza sin prejuicios dispuesta a vivir cualquier oportunidad que le brinde el destino de una ciudad viva e inquieta como Barcelona en los años 10*.

Una de esas tardes en las que se aventura por la zona baja de la ciudad, encuentra en el bolsillo de un abrigo de segunda mano que acaba de comprar en una tienda de ropa usada, un mensaje que parece destinado a ella. En esta nota se la convoca a acudir a un encuentro en una café emblemático del ámbito artístico de Valencia, El café Madrid, detalle que le añade un ingrediente apetitoso al sugerente esbozo que ha dibujado en su imaginación. La cita tiene fecha de caducidad y eso le confiere un aire de urgencia al caso. Se obsesiona por averiguar todo la información referente a la prenda y a la destinataria del mensaje. Después de seguir el rastro de las pistas encontradas en el abrigo, decide ir a Valencia y presentarse a la cita, allí conoce a Damián, personaje oscuro y cautivador que es el emisor de la nota.

Eva vuelve a Barcelona, pero el efecto que ha causado en ella Damián, ya no le permite seguir viviendo en la cómoda rutina que se había construido y lo abandona todo para volver a su lado y entregarse a él.

Damián es una especie de El príncipe de Maquiavelo del levante español, procedente de una familia acomodada y casado con una señora de moral altamente conservadora, ha ideado una peculiar trama, que sirviéndose de uno de los negocios familiares, le permite surtirse de chicas cándidas y soñadoras a las cuales somete, convirtiéndolas en su harem particular.

Cuando Eva irrumpe en la red de Damián, se produce una alteración en sus esquemas, ella no es ni joven ni cándida, pero sí que le quedan muchos sueños por cumplir, y se establece entre los dos una relación simbiótica. Eva se convertirá en una gran artista del arte sadomasoquista y tendrá como gran mecenas y admirador a Damián, a la vez que surgirá en ellos una extraña relación amorosa basada en la devoción al arte y al placer.

Helena, la hija de Eva, después del abandono de su madre, decide buscarla y en el trayecto irá encontrando las señales que le permitirán, primero conocerla, luego entenderla y finalmente encontrarla convertida en su personaje más complejo y a la vez autentico.

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