– ¿A dónde va?
– A Pau, Francia.
– Puede sentarse delante. Hay otro pasajero con nosotros que va hacia Zaragoza.
– De acuerdo.
El conductor colocaba la maleta de la pasajera cuando vino el otro pasajero.
– ¿Javier? – preguntó Aram.
– Sí, soy yo.
– Ya estamos todos. Podemos salir.
El coche salió de Mislata y en diez minutos ya estaba en la carretera.
– ¿Hablemos en tú?,- preguntó Aram para crear un ambiente comunicativo.
– ¡Vale!- respondió Javier, intentando recordar el nombre del conductor.
– Me llamo Aram,- dijo el chofer. – ¿Y tú?, ¿Cómo te llamas?,- preguntó a la copilota. – Creo que en la aplicación no salía tu nombre.
– Es cierto. En la app puse las primeras letras de mi nombre y apellidos, M.I.R. Me llamo Marta, encantada de conoceros.
– Igualmente,- le respondieron Aram y Javier.
– ¿De dónde eres, Aram?- preguntó Javier.
– Soy de Armenia. Voy a Pau a presentar mi libro a la diáspora armenia de la ciudad.
– ¡Qué curioso!- dijo Javier.
– ¿Eres escritor?- preguntó Marta.
– Sí. El libro es un poemario.
– Conocí a un armenio hace 23 años en Madrid,- dijo Marta,- nos vimos solamente dos veces. Nos conocimos en el autobús, íbamos en el asiento conjunto. Él iba a Alicante y yo a Ciudad Real. Apenas hablaba castellano. Nos entendíamos con los gestos y escribiendo.
– ¿Cómo se llamaba?- preguntó Aram.
– No me acuerdo. ¡Es que han pasado ya tantos años! No teníamos móviles para apuntar los números. Después de conocernos nos encontramos solo una vez, en la Universidad Complutense de Madrid. Le había dicho que estudiaba ahí y vino un día a verme.
Los recuerdos de Marta le cambiaron los gestos de la cara de Aram.
– ¿Le reconocerías si os encontrarais ahora?- preguntó Aram.
– La verdad es que no lo sé.
El coche se detuvo en una gasolinera de Zaragoza. Javier bajó y se despidió con sus acompañantes. Los viajeros continuaron el camino.
– ¿Te gusta música?- preguntó Aram.
– Sí, música tranquila,- respondió Marta.
– ¿Como ésta, por ejemplo?
Aram puso una canción de Chris Rea.
– ¿Cómo lo sabías?- preguntó Marta.
– ¿No te acuerdas?
– ¡Eres tú, Aram!- exclamó Marta.
– Sí, soy yo. Y es la canción que me aconsejaste entonces, en el autobús y la que escuchamos durante el viaje. El tiempo pasa, pero las huellas no se borran.
Aram y Marta llegaron a Pau y juntos presentaron el libro del escritor en la Diáspora Armenia.
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