Artista. Los tirantes y el bigote a lo Dalí me dan las pistas inequívocas. Alguna vez, aunque pocas, dejándome llevar por esta intuición, me he equivocado. Abogados, jugadores de baloncesto, fumadores o no, con o sin hijos, amantes de los gatos, almas viajeras, modernos o conservadores son algunos de los atributos que han llegado a mi radar con sólo ver a los pasajeros en el punto de recogida.
Artista. Me confirma Julio, sentado detrás de mí, cuando llevamos diez minutos de viaje. Tras las presentaciones oportunas, el ajuste de los retrovisores, y el chequeo de los cinturones, salimos hacia Ciudad Real, con parada en Almagro. A pesar de mis esfuerzos por mantener viva la conversación, ésta renquea cuando la pareja de amigos, Ana en el asiento del copiloto, y Jaime en el de atrás, se colocan los cascos. Por mi dilatada experiencia en viajes compartidos, sé perfectamente que este gesto es como el letrero de «No molestar» de los hoteles; antecede a abandonarse al sueño.
Por el retrovisor, compruebo si Julio me ha abandonado también y busco cualquier atisbo de complicidad como detonante de una conversación, pero no tengo suerte. Está distraído observando el paisaje. ¿Artista de qué clase? Imagino que por eso va a Almagro, al festival. ¿Actor? ¿Bailarín?
Me encuentro en estas cavilaciones cuando de los asientos de atrás emana una voz con tono autoritario: «No corras tanto». Doy un respingo y miro a Julio, el único pasajero despierto, además de mí, claro. Me mira ojiplático, y dirige la mirada al joven de los cascos y la cabeza caída como un péndulo. «¿Has dicho algo?», pregunta Julio al joven, sin obtener respuesta.
Reduzco un poco la velocidad, cuando a los cinco minutos la misma voz grita: «¿Esto es un Seat o un Ferrari?». Esta vez, mi mirada se clava en Jaime y su coronilla, pues el sueño le lleva casi a apoyar la cabeza en sus rodillas. «Está hablando en sueños», ríe Julio.
A estos comentarios, siguen otros como: «Corre como el viento, perdigón», «¿Cuánto queda, mamá?», «Me hago pis», y yo sin poder entender cómo se puede hablar con el cuello en esa posición.
En la parada de Almagro, despedimos a Julio. Mientras los jóvenes compran agua en la gasolinera, busco el cartel del festival de esta noche. Mi boca explota en una carcajada cuando veo la foto de Julio, y en una esquina: Julio Ollet, ventrílocuo.
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