La felicidad de ser niño

La felicidad de ser niño

Raquel Capitán

03/11/2024

Se acabaron las clases, como un niño cualquiera contento de no ir al cole, pero triste de no volver a ver a mis compañeros en tres meses.

Al cabo de una semana, como todos los años, mis padres acuerdan en irnos un tiempo con mis abuelos. Lo divertido era estar con ellos, pero no el infernal viaje de ocho horas que nos esperaba.

Después de la visita de mis abuelos, nos despedimos de Manises y ponemos rumbo a Palencia en un cacharro Peugeot 306 sedán.

Lo único que nos salvaba era la música: como Chayanne o Paco Ibáñez; la Nintendo 3DS o el mítico “veo veo”. Y poco se habla de mi hermano, que si no llega a ser por él, hubiese sido el doble de pesado el viaje.

Antes de arrancar, calculaba con precisión en qué lado del coche daría la sombra, y como salíamos por la mañana, siempre escogía la derecha. Aparte me gustaba ver cómo como conducía el conductor.

Cuando salimos a la autopista ya se empieza a normalizar el paisaje, todo el rato es lo mismo, excepto cuando se veían vacas o caballos, que parecía una cosa remota muy difícil de encontrar.

Para mí, lo mejor, era cuando mi abuelo (sentado de copiloto) sacaba la bolsa de chuches, hacia una técnica rara para pasarlas atrás por tal de no girarse, y alguna que otra se caía. Me sabía a gloria, era como una recompensa por haber estado sentado mucho tiempo sin molestar.

Total, llegaba la hora del parón, mítico bocadillo de jamón más manzana para comer. A mí, siempre se me dormía el culo y parecía que tuviese cartón en mi trasero. Por cierto, no podía faltar la persecución de avispas, en cualquier lugar y momento habían avispas, era horrible.

De vuelta al cacharro de cuatro ruedas, tocaba la siestecita que sentaba cuál masaje tailandés, te despertabas de maravilla. Pero, llegaba lo peor, faltando dos horas de viaje, nos tiramos reflexionando (solo hablaban mis abuelos) sobre política, el futuro, las personas, etc. Y por fin, faltaba la cuenta atrás de una hora, para llegar, la cual se pasaba más amena por los nervios, cuando sin darnos cuenta, estábamos en el destino.

Ahora soy yo el que reflexiono, y lo más importante que tenía en ese viaje eran ellos, mis abuelos. Sin ellos, no hubiese habido viaje ni hubiese podido escribir este relato. Os quiero.

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