Cada noche, en las calles empedradas de la antigua ciudad, aparecía un coche que nadie reconocía. Era un vehículo antiguo, de un brillante color esmeralda que relucía bajo la luz de la luna. Tenía un aire misterioso, con detalles dorados y asientos de terciopelo que parecían recién tapizados, aunque el auto en sí emanaba una energía mucho más antigua, casi mágica. Nadie sabía de dónde venía ni quién lo conducía, pero aquellos que tenían la suerte de encontrarlo sabían que no era un coche cualquiera.
Se decía que el coche aparecía solo para quienes llevaban un anhelo en el corazón, algo que deseaban con todas sus fuerzas pero que no podían alcanzar por sí mismos. Aquella noche, el primero en entrar fue Mateo, un joven músico frustrado que no había logrado hacer despegar su carrera. Al cerrar la puerta, notó que no estaba solo: en el asiento trasero había una mujer mayor con un vestido de encaje oscuro y una mirada triste. Era Celia, quien deseaba ver una vez más a su difunto esposo. Y a su lado, un niño llamado Tomás, que soñaba con encontrar el camino a casa después de haberse perdido en la ciudad.
Al cerrar la puerta, el coche comenzó a moverse, como si una fuerza invisible lo guiara. No había conductor, pero todos sentían que el coche sabía exactamente a dónde iba. Durante el trayecto, las ventanillas mostraban paisajes irreales: una pradera bajo un cielo con dos lunas, un bosque cubierto de niebla y, por un instante, una visión de lo que cada pasajero deseaba. Mateo vio un escenario iluminado esperándolo; Celia, la sonrisa de su esposo; Tomás, las luces cálidas de su hogar en la distancia.
El coche los llevó a través de un tiempo y espacio que no parecían pertenecer a la realidad. Cuando se detuvo, cada uno sabía lo que debía hacer. Mateo, inspirado por la visión, bajó con una melodía en la cabeza que cambiaría su vida. Celia descendió con una paz que hacía años no sentía. Tomás, ya no asustado, sabía ahora cómo regresar.
El coche se desvaneció en la niebla tras dejar a cada pasajero, desapareciendo, hasta que otro corazón necesitado lo invocara. Era un coche compartido, sí, pero no por casualidad; era un vínculo entre almas que necesitaban un empujón hacia sus destinos, un milagro mecánico que recorría caminos imposibles, conduciendo sueños y esperanzas en cada viaje misterio.
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