–Isabel, ¿podrías cuidar a Roberto este fin de semana? Solo debes darle sus vitaminas, el veterinario dijo que dos veces al día. Tu padre y yo queremos hacer una caminata, iremos a una cascada ¿podrías cuidarlo por favor?
–¿Y si voy con ustedes?– respondí entusiasmada.
Me miraron sorprendidos.
–Nunca hemos viajado juntos, ¿No les parece buena idea?
–Si nena pero, quien cuidará a Roberto.
–Podríamos llevarlo con nosotros. Vamos, yo conduzco el Blablacar.
Mi madre programó el GPS.
Según lo planeado llegaríamos antes del atardecer.
–¿Crees que lleguemos antes de que oscurezca hija?
–Bueno ¿qué dice google maps mamá?
–Pues al parecer dejó de funcionar hace como una hora. Desde que empezaron los apagones la señal de los móviles es pésima.
–¿Alguien tiene cobertura?
–No.
–No.
Detuve el auto en un espacio despejado.
–Debiste descargar el mapa, vieja.
–Bueno ustedes también hubieran podido hacerlo.
–Yo, tengo que decirles algo.– Titubeé.
–¿Qué?
–Tomé otro camino.
–¿De qué hablas?
–Pensé que sería divertido aventurarnos un poco y, cuando el mapa dijo a la derecha yo, tomé la izquierda.
–¿Dónde, en qué calle?
–En realidad creo que lo hice algunas veces.
–Dios mío Isabel, ahora si estamos perdidos, sin ruta, sin luz y sin cobertura.
No me hablaron por un rato, hasta que logré encontrar leña y encender una fogata.
De repente escuchamos un suave sonido, como de campanitas.
–Creo que escuché risas, metámonos al auto– dijo mamá.
Apagamos el fuego y nos juntamos en el asiento de atrás, acomodando nuestras chaquetas como en una cama común.
–Por favor no vayan a besuquearse o emitir soniditos.
–¿De qué hablas hija?, somos muy limpios.– Dijo papá, mientras un eco maloliente cobijaba su sonrisa descarada.
–Papá– Rezongué.
–Fue tu madre nena.
–Ay, no debí venir con ustedes.
–Ni te quejes Isa, de niña te hiciste del baño en mi pecho– Mi madre reía recordando.
–Papá, era un bebé– me quejé.
–Bueno igual apestabas nena– Ambos reían cizañeramente.
–Una vez hasta te hiciste en tus botas.
–¿Qué?
–Si, eran de charol y las traías todas llenas de orines– Ambos reían intensamente.
Reímos tanto, que nos quedamos dormidos.
El amanecer empezó a cubrirnos, mientras los ronquidos de papá y Roberto nos asfixiaban.
Abrí los ojos y, descubrí a la policía y una familia completa mirándonos.
Habíamos dormido en el patio de su casa, resulta que nunca salimos de la ciudad.
Pero, sin duda, fue una gran aventura.
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