―¿Cuándo marchas? ―me preguntó Antonio interrumpiendo la conversación del grupo el día de mi despedida.

—Este sábado. —Sonreí amargamente, intentando disimular el nudo en el estómago por pensar que era la primera vez que conduciría yo sola una distancia tan larga. A pesar de ello, no tenía mejor opción para desplazarme con todo el equipaje que necesitaba llevar conmigo—. He puesto un Blabla, a ver si lo coge alguien y así no voy sola.

Entre los presentes en la mesa, hubo quienes se pronunciarion a favor, pero a mi idea no le faltaron detractores tampoco. Se sucedieron un par de monólogos narrando historias vividas dentro de un Blablacar, pero yo no había vivido la mía.

Aún.

Solo aceptaría un pasajero; así lo decidí cuando publiqué mi viaje: simplemente quería la compañía de una persona sin mucho equipaje y que respetara a mi peludo copiloto, Ovy, mi gato. Pensé que tener a alguien con quien sociabilizar sería suficiente para olvidarme del miedo a conducir seis horas sola. Usaba la plataforma por primera vez y no tenía mucha fe, era nivel principiante y no tenía reseñas. ¿Qué confianza inspiraría al volante una chica de veintidós años?

Contra todo pronóstico, al par de días, recibí un mensaje. Era un hombre de 54 años, sin foto, sin reseñas. Otro principiante. Y tuve mis dudas, pero decidí contestar el mensaje. La conversación fue correcta y me animé a darle una oportunidad (por casualidad, era su primera vez en Blablacar también). ¿Por qué viajaría él?

El sábado 10 de septiembre recogí a Pedro, que traía apenas equipaje (o eso creí yo): una pequeña maleta y una gran sonrisa. Sin embargo, traía consigo también el bagaje humano de una tierna presencia y la historia de amor más conmovedora que he escuchado. Una historia que ahora comparto en cada viaje cuando me preguntan:

―¿Qué es lo más raro que te ha pasado en un Blablacar?

Y hablo también de aquella pareja que se disculpaba por viajar con dos sacos de regalos de Navidad o de aquel profesor de tenis que participó en unas Olimpiadas. Ahora hago espacio en el maletero para poder disfrutar del equipaje de otros, ese equipaje valioso y único que tenemos las personas, ese que siempre queremos compartir: nuestras historias.

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