Una gota en el cristal

Una gota en el cristal

Una gota en el cristal. Otra. Otra y otra. Comenzaba a llover, fuerte, el cielo se cerraba ante mí, y unos nubarrones negros sobre las montañas, rayos cortando el cielo, me hicieron creer que entraba en Mordor. Los parabrisas, rápidos, apenas limpiaban la cantidad de agua que caía del cielo. Y yo no podía dejar de mirar por el espejo retrovisor el rostro de aquel chico guapo con el que compartíamos el viaje. Pude ver su rostro aniñado, una barba rubia apenas asomaba, los ojos ocultos tras las gafas oscuras. Miré a mi marido que, con los suyos cerrados, estaría pensando seguramente y no durmiendo.

Dentro del coche, la música fresca y siempre actual de los Hombres G, me hablaba de te quieros, de pares de palabras, de huellas en la bajamar, de niñas y pelos sueltos. Pero yo solo podía ver el retrovisor y lo ví temblando.

Sentí pena, sin tan siquiera saber que le podría pasar, y no quería preguntárselo. Era tan joven, y estaba tan triste. Apenas había cruzado unas pocas palabras con nosotros, cuando llegó, educado, pero al sentarse en el asiento trasero, tras mi pensativo esposo, se puso unos auriculares que le hicieron casi invisible. Pero yo le podía ver reflejado en el pequeño espejito, que ajusté para observarle aún mejor.

Imaginé que había perdido a un ser querido, quizá su abuela. Yo sentí mucho cuando la mía se murió, y jamás he dejado de pensar en ella. O tal vez, había acabado con esa novia de la que siempre había estado enamorado y le había roto el corazón. O puede que este abandonando la ciudad para estudiar lejos y está echando ya de menos todo lo que él cree importante. O ha perdido el trabajo.

De repente, noté los ojos de mi marido que me miraban fijamente. Acercó su pulgar a mi rostro y arrastró una lágrima. Me sonrió, como hacía mucho tiempo que no lo hacía. Me cogió la mano, la acarició y me la apretó, consiguiéndome trasladar lo que sentía. Ese viaje era importante para nosotros, estábamos tratando de encontrarnos nuevamente, queríamos caminar por la misma senda y llevábamos luchando por lo nuestro durante ya algunos meses. Le sonreí. Me olvidé de que el joven que escuchaba música en el asiento trasero estaba triste. Y empezó a salir el sol dejando ver un arco iris enorme ante nosotros.

Seguiremos viajando juntos.

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