Por los pelos, he conseguido la autorización parental para viajar sola. BlaBlaCar la exige a los menores, así que lo bordé convenciendo a mamá de que podía confiar en mí y en la aplicación. Cierto que no voy sola… ¡Greta y yo sabemos ser pesadas…! Además, juntas no puede pasarnos nada.

Cuánto silencio en el habitáculo. Habíamos desechado a las conductoras, más por hartazgo doméstico que por otra cosa, pero ahora observo a Ramiro al volante y parece mi padre. No inicia un movimiento sin terminar el anterior. Bromeó al arrancar y ha puesto música de cine, que me hace soñar con nieves eternas y heroínas en ruta. La calefacción me adormece, pero me mantiene presente la fuerza con que aprieto el móvil, inerte. Aún. La percusión arrastra a los violines, tensos. Creo que está despuntando el sol.

—Voy a repostar en la próxima gasolinera. Paramos un momento.

El intermitente a la derecha va casi acompasado con mis latidos, inútil querer dormirme. ¿A dónde va ese adelantándonos así?

El caso es que me suena, es el C3 que ha venido alternando con este Volkswagen, mi hermanito estaría orgulloso viendo cómo distingo coches, ¡ja! ¿Pero qué color del cielo es este, que no lo había visto nunca? Querría perderme en él…

Hay cola para repostar. Ramiro nos anima a estirar las piernas, o tomar un café. Mi móvil continúa mudo, el doble tic oscuro se mantiene adormecido. Greta y la otra chica han salido del coche despreocupadas desperezándose, pero yo me quedo.

Tamborilea el cristal. Giro la cabeza y me topo con el conductor del C3, que hace cola también. Me anima a bajar la ventanilla mientras sonríe tras sus gafas oscuras. Es el mismo conductor que nos ha adelantado varias veces, para dejarse rebasar después. Me detengo en los pómulos enjutos bajo sus gafas, que despliegan un brillo oliváceo hasta donde su camisa deja ver.

⎯ ¿No bajas? Nos tocó esperar. Será mejor estirar las piernas.

El doble tic se vuelve azul.

— Gracias. Estoy bien así.

Un claxon protesta, el del C3 salta para conectarse al surtidor, como Ramiro. Repostamos a la vez. El moreno de gafas me busca con la mirada, insistente.

— ¿Todo bien, chicas? —pregunta Ramiro escrutándome. Asiento nerviosa, sin aliento.

— ¡Zarpamos, pues, tripulantes de la nave más segura! -bromea nuevamente.

Se incorpora raudo a la autovía. Mi móvil vibra. Sonrío al fin.

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