Tenía que ir a Xátiva a
contratar el suministro de vino para ser embotellado con D.O. de
Alella – no era un fraude ya que en la etiqueta se podía leer al
microscopio: “Contiene sulfitos y un 1% de vino de Alella”
Los medios de transporte
habituales me resultan muy estresantes, por lo que entré en la
aplicación de BlaBlaCar a buscar la posibilidad de hacer el viaje
directo, sin transbordos engorrosos.
Tuve suerte y encontré una
pareja que iban al mismo destino.
Quedé con mis transportistas
para encontrarnos al día siguiente a las 08:00 en el cruce de Vía
Augusta con Diagonal.
Después de una cena ligera,
me fui a la cama, con todo ya preparado para salir con tiempo de
llegar al punto de encuentro sin agobios.
Me desperté sobresaltado
al percibir que el regular goteo de la clepsidra que había arrullado
mi sueño se había interrumpido. Ya era la hora de levantarse, como
indicaba el envase vacío.
Para el viaje me vestí de
forma cómoda y ligera con una
sencilla túnica y unos
calceus cerrados. Como equipaje, tan solo una túnica para vestir en
la cita con el cliente y una bolsa con varios denarios para los
gastos previsibles.
Como mi casa quedaba algo
alejada de la vía Augusta me hice llevar en una lectica; una vez
allí no tardó en aparecer la carruca tirada por dos espléndidas
mulas de mis anfitriones.
Gracias a la magnífica
pavimentación de la vía y el rítmico clop, clop del golpear de los
cascos, el trayecto hasta Tarraco lo pasé en brazos de Morfeo. Mis
discretos compañeros de viaje apenan emitían algunos susurros de
vez en cuando y hubiera seguido durmiendo de no ser porque de
improviso un ruido seco y la fuerte inclinación de la carruca,
indicaron que se había roto una rota.
Por suerte estábamos en la
capital de la Hispania Citerior y fue fácil encontrar un faber que
nos arregló la avería, mientras nos tomábamos unos vinos en la
taberna más próxima.
Proseguimos el viaje sin
detenernos a comer hasta Saguntum, donde lo hicieron las mulas en un
praesaepe y nosotros repusimos fuerzas con un puñado de dátiles y
más vino.
Pronto volví a caer en la
modorra durante el último trayecto, hasta Saetabis, mi destino.
–Hasta
la próxima, gracias por traerme.
–De nada hombre, has
pasado el viaje durmiendo, ni nos hemos enterado de que estabas.
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