Una aventura a evitar

Una aventura a evitar

Pero, vamos a ver, ¿qué necesidad tienes tú de viajar con otras personas que ni conoces? ¡Te pasas de moderna! —es la frase favorita de mi madre para despedirme cuando voy en Blablacar. Todo con cariño, como buena vasca. Así que cojo mis bártulos y me voy. No sé qué me voy a encontrar, ni con quién, pero suele ser tranquilo. A veces, te cuentan historias: “Yo he oído que a un señor le pasó que…”, pero no, a mí no, a mí nunca me pasa nada. Y lo agradezco, aunque, siendo honesta, echo de menos una pequeña y tranquila aventura, nada de sobresaltos, que soy muy delicada.

Sin embargo, esta vez no parece que vaya a ser diferente; es de noche y es más que probable que vaya dormida. Transcurre media hora y, según avanza la noche, la lluvia y los árboles cada vez más frondosos parecen comerse la carretera. —¡Ay, ama! Solo nos falta la niña de la curva —dice Txus, el pasajero delantero. José, el conductor, le mira con cara de pocos amigos. Yo suelto una risilla nerviosa para destensar el ambiente cuando, de repente, luces parpadeantes se dejan ver entre los árboles. —Igual es un accidente —murmuro. El conductor, José, suspira y sacude la cabeza. Tras los ruegos conjuntos de Txus y yo, conseguimos que detenga el coche. Con chubasquero y paraguas, nos adentramos y vemos, a cierta distancia, a dos señores arrastrando algo. Pienso: “Janire, ¿dónde te estás metiendo?”

—¿Y si son contrabandistas o algo peor? —susurro, tirando de la manga de Txus, que se para en seco. Tras el miedo generado, apagamos las linternas y volvemos intentando no hacer ruido. Se lo contamos a José.

—¿Pero quién me mandará a mí parar? —replica, y acto seguido deja las luces de posición y coge el móvil para llamar a la policía. Tras diez minutos, llegan, les contamos lo sucedido y entran al bosque. Segundos después, todas las luces que había en el bosque se apagan y murmuro, agarrada a los asientos:

—José, enciende, que nos vamos.

Cuando el conductor hace contacto, los policías salen totalmente empapados de entre los arbustos con cara de circunstancia y el más rural de los dos dice:

—Estaba pariendo un chivo.

Pues bien, tras el ridículo, ya tengo mi aventura, y creo que he tenido suficientes emociones fuertes para una temporada. Por cierto, el viaje terminó más tarde, pero bien.

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