EL CONEJO KIWI, ¿Y EL LOBO FEROZ?

EL CONEJO KIWI, ¿Y EL LOBO FEROZ?

Era víspera de Halloween y hacía un frío de ese que cala hasta los huesos. Tenía que hacer mi trayecto habitual de Sevilla a Murcia. No, no me apetecía nada viajar aquel día, pero mi responsabilidad como conductora me obligaba a hacerlo. Tenía reservadas dos plazas en BlaBlaCar y no iba a dejar a nadie en tierra.

Me metí en la aplicación para comprobar si alguien más me había reservado una plaza y vi el extraño mensaje:

«Virgi: Hola, quiero viajar contigo. Pone que no admites mascotas y mi conejito Kiwi siempre viaja conmigo».

«¿Un conejo?, ¿y cómo viajaría?»

«Virgi: En su transportín, es muy bueno, ¿nos dejas ir en tu coche a mi Kiwito y a mí?».

«Claro, puedes reservar la plaza».

Si pensaba que eso era lo más raro que me sucedería aquel día, estaba muy equivocada. Al llegar al punto de encuentro, me esperaba una chica con una capa roja. Podía ir disfrazada, sí. Pero ¿qué pensaríais si os dijera que a su lado iba un chico de barba larguísima y pelo enmarañado?

Me bajé del coche para saludar a ambos y abrirles el maletero.

―Hola, ¿eres Ginger Red?

―Sí, encantada. Él es mi acompañante, Wolf.

―Vaya ―una risa nerviosa me sacudió mientras metían sus maletas―, ¿lobo en inglés?

―Sus padres tienen una protectora de lobos en Alemania, él viene de allí.

Pensé que Wolf podía ser uno de aquellos lobos con forma humana. Ridículo, lo sé. Cuando solo nos faltaba una hora para llegar a Murcia, fuimos al aseo. A la vuelta, ¡Kiwi había desaparecido!

Virgi estaba preocupadísima. Ginger le propuso:

―Miremos el maletero.

Mientras las chicas rodeaban el coche, vi cómo Wolf sacó a Kiwi de uno de los enormes bolsillos de su chaqueta y le empezó a echar sal por encima de los monísimos bigotitos.

― ¡Pero bueno! ¿Qué le estás haciendo al conejo?

Wolf no me respondió. Solo me observó con sus ojos amarillos. Su voz ronca me dio escalofríos cuando exclamó:

―¡Mirad quién ha aparecido!

Virgi gritó de alegría. Ginger miró a su acompañante con censura y yo me limité a conducir. Kiwi llegó sano y salvo a su destino. Por los pelos. Desde aquel día intento no viajar en Halloween. Nunca se sabe quién se esconde detrás de un disfraz y quién no lo necesita para ser algo más de lo que nuestros ojos son capaces de ver.

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