Las brujas van en escoba

Las brujas van en escoba

Recordaba aquel camino, mi memoria me llevaba hacia las huellas de antiguos paseos. Abrí la ventanilla del coche, no por calor, sino para recordar aquel aroma en el que se mezclaban la tierra húmeda con el pan recién hecho, aquel olor que siempre me hizo sentirme en casa y, a la vez, tan lejos de ella; lo que no recordaba era aquel sol de septiembre, ya algo tenue, que intentaba calentarme el brazo, ingenuo al creer que la luz del norte, acostumbrada a colarse entre las nubes, podría impresionarme. Allí estaba de nuevo, sin conocer el futuro, pero con un presente muy cierto, dejándome embaucar una vez más por la magia de esta vida.

Aquellas tierras de ríos salvajes y viñedos; de lagos y bosques de abetos; de castillos y rutas de peregrinaje; de sabiduría ancestral y supersticiones, nos habían hechizado a más de uno, de tal manera que no podíamos alejarnos mucho tiempo. Se trataba de un embrujo que parecía atraparte desde el primer momento y nadie se percataba hasta que se veía luchando inconsciente e inútilmente contra él.

Por eso volví, por eso aquel día realizaba aquella ruta que conocía con los ojos cerrados. Evadido en mis pensamientos, me olvidaba de que no iba solo, una chica me acompañaba, pero me habría visto tan ensimismado, que no se atrevió a interrumpir mis ensoñaciones. Al hacer la parada prevista, nos separamos en el supermercado, aunque nos cruzábamos perdidos por los pasillos y nos lanzábamos una sonrisa algo incómoda. Terminó por colocarse en la cola y yo justo detrás. La espera se me hizo interminable, sobre todo desde que descubrí lo que mi compañera de viaje iba a comprar. Mi observación pareció ponerla algo nerviosa, así que intenté entablar conversación diciéndole “Cualquiera pensaría que vas a hacer esta noche un hechizo”. Sentí cómo su respiración se aceleraba, lo que me inquietó aún más. Cuando me tocó pasar por la caja, ella ya se había ido.

Salí de allí aturdido y sin entender lo que había pasado. La llamé, ya que no la veía cerca, pero ella no respondió. Entonces, decidí avanzar con el coche y buscarla por el aparcamiento. De repente, la distinguí a lo lejos, andaba muy rápido. Conseguí alcanzarla y pararme a su lado para que subiera, pero ella me respondió que podía continuar el viaje sola, que las brujas no van en coche, sino en escoba.

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