La oportunidad la pintan calva.

Iniciemos el relato a pelo.

Dificultad de la misión:baja. Distancia: media. Expectativas del viaje: nulas.

Conductor: un dandy trasnochado, alguien que ya estaba de vuelta de la vida…su tiempo le había llevado encontrar el camino de vuelta.

Pasajeros: un adorable nieto dispuesto a traer de vuelta a su intrépida abuela. Una autómata, persona que no precisa de contacto humano alguno. Y, finalmente, un misterioso pasajero. Describamos la situación con pelos y señales.

Fecha: La virgen de agosto. Salida: un tórrido Madrid, destino, un abarrotado Benitaxel.

Era una tarde tonta y caliente, de esas que te quema el sol la frente. En ese preciso instante hace acto de presencia el ínclito, el maravilloso, el de los pelos vertiginosos, el centro de nuestra comunidad de viajeros. Llamémosle Pepe.

El dandy trasnochado, la autómata, Pepe y el adorable nieto se disponen a entrelazar sus destinos en lo que pronto será una de las peripecias más memorables, peliagudas y olvidadas de nuestra reciente historia.

Nuestro dandy, un avezado conductor, usuario del carril izquierdo por derecho consuetudinario y falta de maña con los intermitentes procede a contener las ansias por disfrutar de unas merecidas vacaciones de todo el conjunto de personas usuarias de la A-3. La automata, parece que no percibe el peligro aunque quizás lleve los pelos de punta. Parece que no lo siente, no lo ve, o quizás lo whatsappea con pelos y señales, pero desde luego no percibe el conjunto de masas motorizadas que se agolpan en el guardabarros trasero de nuestro bólido. 

Nuestro inesperado protagonista, sin cortarse un pelo, se sacude el gorro de lana debajo del cuál aparece algo similar a un cespín recién sacado del envase.

Una vez en su destino los cuatro se acercan a la orilla, pelillos a la mar, piensan, mientras se sumergen en el agua.

No cabe duda alguna, la oportunidad la pintan calva.