Había quedado en la gasolinera con mi pasajero. Estaba nevando con fuerza y como era costumbre en el valle los domingos, cuando los turistas se habían ido, había dejado de pasar la quitanieves. Conducía lentamente por la carretera blanca pensando que llegaba tarde y que me iban a poner una mala puntuación en mi inmaculado perfil de BlaBlaCar.
Había solo una persona bajo la marquesina de la gasolinera, así que supuse que era Jaime. Paré a su lado y bajé la ventanilla. Asomó una cara cubierta parcialmente por una bufanda de lana de muchos colores y un gorro con borla rosa. Su nariz roja goteaba y sus gafas estaban tan empañadas que dudé si me estaba viendo. Sonrió mostrándome unos dientes cubiertos de restos chocolate negro.
-¿Eres Isa?
-Sí, sube -dije mientras ponía a tope la calefacción.
-¿Quieres unos Donetes? -Jaime me alargó un paquete que tenía a medias.
-No gracias, soy más de patatas Lays. Mediterráneas – puntualicé señalando la hinchada bolsa que reposaba intacta sobre el salpicadero.
Salimos a la carretera con precaución. Había más de un palmo de nieve acumulada y las señales de tráfico lucían un sombrero blanco y redondeado. Era ya casi de noche y la carretera estaba desierta.
De repente el coche emitió un bufido perezoso y empezó a salir humo negro del capó. Paré en la cuneta y salimos afuera sin saber qué hacer. Intentamos llamar, pero estábamos fuera de cobertura.
-¡Mira! -dijo Jaime señalando al espeso bosque- ¡Hay luz!
Entre los oscuros árboles se intuía un débil resplandor. Nos acercamos abriéndonos paso entre la nieve que se metía dentro de nuestros calcetines. Había una cabaña humeante con las ventanas iluminadas. Dejaban entrever gente, risas, una fiesta.
Llamamos a la puerta y nos abrió una señora sonriente. Vestía un jersey de lana de colores vibrantes. Todas las personas que había en la cabaña, estaban reunidas alrededor del fuego, tejiendo gorros, bufandas, complicadas labores multicolores. La mujer dejó las agujas de tejer y me tendió unos calcetines de lana rosas, dorados y verdes. Estaban secos y calentitos. Nos sentamos en un banco al lado de la chimenea a ponernos los calcetines reconfortados por su calor.
-El coche -dije.
Jaime me sonrió, tenía los dientes llenos de chocolate. Cogió unas agujas y se puso a tejer, como el resto de la gente. Circulaban, entre risas y canciones, varios paquetes de Donetes.
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