Esther ajustó el retrovisor y lanzó un suspiro mirando al asiento trasero, donde dos pasajeros inesperados compartían espacio. Tenía que viajar desde su ciudad hasta otro pequeño pueblo cercano, y aunque había ofertado su coche en BlaBlaCar esperando algo de compañía, no imaginaba que esa compañía incluiría a un perro lanudo y a un gato negro de ojos penetrantes.
—Espero que no te moleste —dijo Joaquín, el dueño de los animales, mientras cargaba un par de mochilas en el maletero—. No podían quedarse solos en casa. Prometo que no darán problemas, están acostumbrados a los viajes.
—Claro —respondió Esther, un poco sorprendida, pero decidida a tomarse el viaje con humor.
Arrancó y, poco a poco, los cuatro se acomodaron al ruido del motor y al viento que golpeaba las ventanillas. El perrete, peludo y blanco, miraba a Esther con una mezcla de curiosidad y alegría, moviendo su cola cada vez que ella lo miraba. El gato, en cambio, estaba enrollado en su manta, con el aire soberbio de un rey en su trono, durmiendo y sin darle importancia a los humanos.
Después de varios kilómetros, Joaquín rompió el silencio contando historias de sus viajes, de cómo había acabado en un pueblo tan pequeño donde fallaba hasta el GPS. Esther le siguió el hilo y ambos rieron durante todo el trayecto, hasta que una curva especialmente cerrada sacudió el coche. El gato se sobresaltó y bufó, saltando hasta el asiento delantero, aterrizando sin mucha gracia sobre las rodillas de Esther. El perro, algo preocupado, se acercó hasta el borde de su asiento y la miró con ojos de disculpa, como pidiéndole paciencia en nombre de su compañero felino.
—No te preocupes peludo, estamos todos bien—dijo Esther entre risas, acariciando al perro que ahora movía la cola con más energía.
Así, entre bufidos, gemidos y risas, el trayecto se fue transformando en algo más. Lo que había empezado como un simple viaje se convertía en una pequeña aventura. Cuando finalmente llegaron al pequeño pueblo de Senés, Esther bajó del coche sintiéndose como si estuviera feliz por haber hecho nuevos amigos en ese viaje compartido.
Al verlos partir, una sonrisa se le escapó. Ese viaje había sido distinto a todos los anteriores, uno de esos trayectos que recordaría en cada curva del camino.
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