Viaje Valencia – Altea. BlaBlaCar completo. Radio (reggaeton) en marcha y GPS encendido. Todo según lo previsto; igual que siempre, para terminar como nunca.
Un viaje que me llevaría mucho más allá de la playa, un viaje que pondría rumbo dos meses después a los Balcanes para hacerme descubrir que te puedes enamorar “muy mucho” de un país, y que las primeras impresiones, no siempre son lo que parecen.
Mis amigas ya lo dicen: si a alguien le pasa algo, ese alguien soy yo.
Y esta vez, no iba a ser una excepción.
Volante en mano y rumbo a unos días de desconexión, mi copiloto (al que llamaremos señor B por razones obvias) resultó ser una persona interesante para mi, alguien con quien poder hablar abiertamente de cualquier tema y, sobretodo, una persona con un toque enigmático que, de una u otra forma, siempre me ha atraído.
Fin del trayecto y despedida definitiva. O quizá, no.
Altea, 48 horas después y un restaurante cualquiera. Nueve de la noche. Reserva para dos. Un poco de vino y más conversaciones. Paseo por la playa y propuestas de reencuentro futuro en la ciudad de B. Georgia.
Propuestas que, dos meses después, hicieron que terminase cogiendo un vuelo sola para pasar una semana en el mejor país que he podido descubrir hasta el momento, con una de las peores compañías. Pero eso lo descubriría durante el viaje. Y, al final, tampoco importaba tanto. Gente maravillosa. Guías de montaña que te llevas en el corazón. Muchos khinkali y khachapuri para comer. Mestia y Ushguli. Todo, por un simple viaje en BlaBlaCar que, al parecer, no fue tan simple.
Y ahora, me veo aquí, sentada en la cama de mi casa y contando mi historia imaginando poder volver a Georgia, encontrándome con mi guía Mate y volviendo a inundarme los ojos viendo los Balcanes para volver con el corazón lleno de la felicidad de su gente y sus tradiciones.
Didi Madloba, BlaBlaCar.
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