Me gusta viajar en compañía, además de divertirme puedo charlar con personas que no encontraría en mi trabajo.
El día de nuestro viaje llovía, había llovido toda la noche. Como tenía síntomas de resfriado, conduciría con mucha precaución.
En el lugar de encuentro me esperaba Ambrosio. Se acercó y, saludándome con una sonrisa, se presentó, se subió al coche y cerró la puerta suavemente casi como para no hacerle daño.
La conversación pasó de superficial a interesante hasta llegar a ser divertida. Me contó que creía firmemente en la conexión o, como lo llamó , la gratitud de la naturaleza.
—Una vez ayudé a una familia de caracoles a cruzar una calle. Por ese tiempo necesitaba urgentemente una vivienda. Al día siguiente me llamó un amigo: un piso estupendo quedaba libre.
Estoy seguro que fueron los caracoles.
– Claro, seguro – le contesté con sarcasmo.
Él ni se inmutó.
-También salvé a un pajarito que se había caído . Me subí al árbol y lo volví a colocar en su nido. Unos días más tarde me llamó mi hermana pidiéndome que fuera a recogerla a Islandia. Había tenido un accidente.Encontrar un vuelo no era precisamente fácil. Pues, por casualidad – levantó los dedos como poniendo la palabra casualidad entre comillas. !Un vuelo directo¡
Era la mamá del pajarito. ¡Seguro!
Lo miré como diciendo. No te lo crees ni tú chaval.
-No me crees ¿verdad?
– Bueno, así, sin pruebas pues… Va a ser que.
Paré en una estación de servicio para tomar un café y descansar.
Había dejado de llover.
Ambrosio se paró de repente delante de un gran charco.
-Ahora es tu oportunidad para que me creas.
-Mira, pobre abeja con la lluvia se está ahogando. Anda, sálvala.
Para no oírlo me agaché, saqué un pañuelo y la deposité en él. Le soplé un poco para que se secará y lentamente empezó a moverse hasta que, con torpeza, levantó el vuelo y se perdió en el horizonte. Por fin llegamos a nuestro destino. Nos despedimos agradeciéndonos mútuamente la compañía.
Tenía ganas de llegar a casa. Tomarme un vaso de leche caliente con miel y esperar a que el resfriado desapareciera.
Entonces me di cuenta que no tenía miel y además era imposible comprarla.
Ya en la puerta noté que había un pequeño paquete con algo escrito. Lo abrí.
Era un tarrito de miel ,leí:
Gracias por salvarme la vida.
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