Hasta entonces, y por vez primera ellos no se habían subido nunca a un coche compartido. Una mujer que por la vestimenta propia que llevaba por oficio conduciría, un joven con unos auriculares puestos tipo inalámbricos, y, por último, aparecía un señor raro con rostro pálido y un aspecto antiguo. Como si existió en tiempos remotos.
—Hola soy Sol. Es la primera vez que hago un viaje compartiendo mi coche. No quiero ni un comentario típico; «mujer al volante, peligro constante», «conduce un poco demasiado brusca, aunque es prudente»… Ni cualquier otra tontería que tenga que ver con el machismo y la misoginia—. Todo lo narraba inquieta quizá por su edad, cercana a los veintidós años.
El joven con apariencia a unos dieciochos años sentado en el asiento de atrás del copiloto, no le prestaba mucha cuenta pero le contestaba con un —okey—. Mientras; mascaba chicle, levantaba el pulgar izquierdo y finalizaba con un —makey—. Le observaba Sol por el espejo interior.
Le tocaba el turno al otro pasajero, sentado detrás de la conductora. Sereno y calmado comenzaría a hablar. —Mi nombre es Pericles. Nací en el año 495 a. C. en la demarcación de Cholargos, al norte de Atenas, de la estirpe de los Acamantis. Creador de la «demokratia significa que el pueblo es el poder»—. Apareció un silencio sepulcral como si una gota cayera a un cieno profundo, muy profundo.
—¡Pero este lelo de dónde cojones ha salido!—. Espetaba el joven mientras echaba el cuerpo hacia atrás a la vez que lo miraba.
El hombre raro terminaba orando. —«En nuestra política no nos fijamos en leyes de países vecinos, sino que son otros los que nos imitan. Democracia decimos porque pueden gobernar no unos pocos, sino unos muchos. Si observamos atentamente, nuestras leyes extienden la justicia a todos en sus disputas privadas; el avance del ciudadano en la vida social dependerá de su reputación y de su capacidad, sin que las consideraciones de clase ni la pobreza interfieran con el mérito, ya que si un hombre puede servir al Estado, éste no le rechaza por ser humilde su condición»—.
—¡Sol para ahora mismo qué me bajo!—. Gritaba el joven sin consuelo.
Sol frenaba de manera repentina. Ya parado el vehículo, miraba hacia atrás y con el ceño fruncido y el semblante sudoroso le preguntaba. —¡¿Y el otro?!—.
—¡Se ha esfumado!—. Contestó el joven locuelo mientras vapeaba.
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