Conocí a uno de mis mejores amigos meses atrás en un curso de educación no formal. Yo fui como profesor de matemáticas, y él como profesor de surf. Inmediatamente hicimos buenas migas, y al terminar el curso, le prometí que iría a verlo, aunque no sabía cuándo, ya que la distancia era considerable… él era de Oporto, y yo de Málaga.
Casualidades de la vida, tuve que ir a Braga, una ciudad cercana a Oporto, así que avisé a mi amigo y comencé a buscar cómo llegar hasta allí. La combinación de los autobuses tardaba más de veinticuatro horas, los trenes eran carísimos, y el avión se llevaba la palma, había que hacer dos escalas y tardaba más de treinta horas en llegar.
– ¿Es que no hay ninguna manera de llegar directamente? – pensé.
– Pues si no la hay, me voy en mi coche.
Dicho y hecho, pero claro, era un viaje muy largo y la gasolina no es gratis…entonces recordé que una amiga iba a diario a trabajar en coche compartido gracias a blablacar, así que me descargué la aplicación y puse el viaje Málaga-Oporto con paradas en Sevilla y Mérida. Al cabo de unos días, tenía todos los asientos ocupados y sabía que no me costaría prácticamente nada el viaje y que iría sin tener que dar mil vueltas y acabar con el cuerpo hecho polvo.
Por fin, llegó el día del viaje. A primera hora de la mañana, recogí a cuatro pasajeros en Málaga y nos fuimos rumbo a Sevilla. Tres de ellos se quedarían en Santa Justa, y una chica se vendría conmigo hasta Oporto porque era de allí. Era la primera vez que compartía coche, pero todo fluyó a las mil maravillas. Nos presentamos todos y estuvimos hablando de lo que íbamos a hacer en nuestros respectivos destinos. Al poco tiempo, vi que los tres que iban detrás se habían quedado dormidos, y los de delante nos callamos para dejarles dormir. Cuando llegamos a Sevilla, vinieron tres nuevos pasajeros. Una de ellas, la más mayor, me pidió sentarse delante porque se le hinchaban las piernas y vendría conmigo hasta Oporto a visitar a su hija. Al llegar a Mérida se bajaron dos para subir los dos últimos. Éstos, iban a hacer el camino de Santiago.
Tras un largo viaje, me quedé en casa de mi amigo, y al día siguiente aprendí a surfear en el Atlántico.
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