En el habitáculo del KIA Picanto nos sentíamos superiores al resto del mundo mientras sonaba Carolina Durante y gritábamos sus letras con euforia festivalera. Era uno de los requisitos que exigió Quique, dueño del coche, para compartir el viaje hasta Barbate. En seiscientos kilómetros o hay sintonía musical entre los viajeros o estás muerto; como Lucas, que compartía el asiento de atrás conmigo. Su madre quería que su hijo, siempre enfermizo y débil, hiciese ese viaje soñado con amigos que nunca hizo. Y estando de cuerpo presente ante sus seres queridos, resulta que todos le lloraban entre suspiros, pero también le deseaban buen viaje. Así que a su madre, justa de luces pero no de oídos, le pareció buena idea y se lo comentó con detalle a su vecino Quique en el velorio. Dicho y hecho. Ella quería que lo enterrasen en Barbate cerca del mar y de su padre, que murió joven de un golpe de calor en las marismas. Ese era, por tanto, otro requisito: compartir trayecto con un fiambre, pero por una muy buena causa. Y aceptamos por empatía y educación; también Ming, el chino enjuto, con nombre de bazar, que hacía de copiloto y que se sabía las letras de Carolina mejor que yo. Al comienzo del recorrido puso sus pies menudos sobre el salpicadero, mientras cantaba, pero Quique le reprendió con criterio porque podría llamar la atención de la Benemérita y tener que explicarles lo de Lucas; y aunque llevábamos una carta de Emilia, la madre, exculpándonos de todo mal, era preferible no correr riesgos ante los agentes del Cuerpo y la debilidad del documento.
Otra exigencia del propietario, ademas de no hablar de política, de no fumar o de no recortarnos las uñas en el auto, se centraba en la temperatura: durante el viaje tendríamos que soportar la refrigeración a máxima potencia para ralentizar la descomposición del cadáver. Así que, mientras duró el ardor cantarín, nos olvidamos del frío, pero luego nos invadió y nos acompañó todo el tiempo.
El cielo estaba ya naranja cuando nos acercábamos a destino. Por razones que no vienen a cuento, dejamos al oriental a la entrada de Barbate, yo me quedé en el centro urbano y Quique continuó hasta el cementerio para entregar el “paquete” a Emilia.
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