Mi hermana llevaba treinta años adosada a su marido pero se animó a un “finde” de chicas (eligió Sigüenza, “quiero turismo histórico”) y la convencí de ir en Blablacar, con un tal Martín, de nuestra edad.
Llegado el día, las dos estábamos puntuales en Atocha. El conductor bajó del vehículo, nos miró sonriente y al momento los ruidos de Madrid fueron susurro y los coches, líneas de colores a cámara lenta. Me sentí como la chica (que no soy) que anuncia un champú haciendo oscilar su larga melena (que no tengo), mientras es contemplada por un apolíneo y deseable hombre. Martín no era especialmente guapo ni proporcionado, más bien parecía fofisano. Pero miraba de frente y veía a quien tenía delante. Esto, tan intuitivo, fue para mí tan consistente como un lingote de oro.
Íbamos los tres solos y empujé a mi hermana a que se sentara delante, para yo tirarme a la bartola detrás y mirar al conductor a placer. Gradualmente la conversación fue construyéndose, sin cortes ni desvíos, hasta que observé que yo había quedado fuera, que entre ellos dos fluía lo que se llama química, a falta de mejor nombre, que saltaban de la complicidad a la admiración. Hacía años que no veía a mi hermana tan chispeante.
En un santiamén llegamos a Sigüenza. Martín continuaba viaje a Soria.
-Os recomiendo el restaurante El Molino, es muy especial. Bueno, me ha encantado conoceros, ha sido un viaje demasiado corto. Que lo paséis en grande en vuestra escapada.
Mi hermana se derretía. Pero nada más instalarnos ya estábamos en modo turistas cultivadas y el fin de semana fue precioso. Cenamos en el restaurante que Martín nos había recomendado. Todo nos gustó muchísimo y le mandé un whatsapp con una foto y saludos cariñosos.
-Ese hombre te ha gustado, te conozco. Y tú a él. Te voy a mandar su teléfono, quién sabe.
-Déjate de rolletes para solteras como tú.
-Ya está, hecho.
Mi cuñado se fue tres días a Extremadura por asuntos de trabajo pero mi hermana estaba feliz, libre, sin su adosado ni sus hijos, estudiantes en Valencia. Que si quería algo, ya me llamaría.
Me propuso quedar en mi casa el día del regreso de su marido.
-Qué mala cara…
-Estos tres días ha estado Martín conmigo y ha sido…Los puentes de Madison – se derrumbó. La abracé fuerte. Ahora empezaba otro viaje.
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